domingo, 22 de agosto de 2010

Y si lo admito ahora, ¿es por egoismo?


Egoísmo. Empiezo a estar demasiado seguro de que es lo que mueve al mundo. No lo escribo ni con rabia ni como discurso de desahogo porque he vivido una situación especialmente hipócrita, injusta o poco beneficiosa para mi… Simplemente es cierto. No es siempre malo, simplemente es. Hay miles de valores positivos en las personas, y sería más útil hablar sobre ellos… (Estoy pensando qué no estaría mal empezar a pensar más seriamente en ello) Pero primero admitamos nuestros defectos.

Pienso en el egoísmo involuntario. Se nos juntan dos frases típicas.

- No lo hizo con mala intención.
- Si uno no mira por sí mismo, ¿quién lo va hacer?

Está claro. Se puede ser egoísta sin que eso implique querer hacer daño a alguien. ¿Quién dijo lo contrario? Ser egoísta y ser malvado son conceptos diferentes. Se puede ser egoísta sin ser malvado. ¿También se puede ser malvado sin ser egoísta? Probablemente, pero, estos dos conceptos van íntimamente ligados al fin y al cabo.


El caso del egoísta que no guarda mal ninguno: El egoísmo involuntario.

  • Juan padece de insomnio. Trabaja todas las mañanas y se levanta cansado. No hay cosa que le altere más que escuchar cualquier tipo de ruido, música, conversación, en definitiva cualquier sonido. Como se altera, se desvela, y no duerme. Se cabrea, pero, es tan bueno que ni protesta más que para sí mismo.
  • Su compañero de piso, Gabriel, trabaja noche si, noche no, y suele acostarse tarde porque tiene el horario cambiado. Ve la televisión, con volumen normal. Sabe que Juan anda cansado, pero nunca le ha dicho nada sobre el ruido, asique ni se le pasa por la cabeza que su compañero agonice enroscado entre las sábanas. No es culpable de nada, como mucho, de no deducir que su compañero es incapaz de dormir. No exijamos tanto.
  • Juan vuelve al mediodía de trabajar, y Gabriel, después de comer, se echa una siesta. Gabriel viene y le pide a Juan que por favor, baje un poco el volumen de la televisión, que se va a echar. Juan lo baja un poco, molesto porque no escucha bien su programa preferido. Al rato lo sube, convencido de que Gabriel duerme profundo y no vendrá.



El caso del que es malvado sin ser egoísta: Algo no funciona.

- Hacer mal a alguien no está, por suerte, bien visto. Siempre que alguien hace daño a otro, se busca una razón; que en última instancia lleva a un punto egoísta.


  • Si odias a alguien hasta dañarlo – sientes el placer de haberlo dañado. Otras veces por suerte viene el remordimiento y arrepentimiento, y aprendes algo.
  • Si robas a alguien – sientes que consigues algo que anhelas.
  • Si insultas a alguien – te desahogas.
  • Si engañas al seguro – ganas dinero.
  • Si pones la música alta para molesta al vecino – Te resarces de sus protestas.
  • ETCÉTERA
Si dañas sin buscar ningún beneficio propio… Porque sí, sin más, algo falla en tu cerebro. El mal porque sí se considera un desequilibrio mental, un alejamiento de la realidad.
o Dañar sin más, sin que exista una motivación, un beneficio propio visto de algún modo, es inhumano.

  • Es decir, el mal sin egoísmo, es inhumano.
  • Por tanto, el egoísmo es lo que nos hace humanos.

Y es, por desgracia, el justificante de nuestro mal. Todos los humanos somos egoístas. Es cuestión de cada uno decidir límites y tipos. Pero, para eso, primero habría que admitir nuestro egoísmo.

Entonces llega un concepto nuevo: la ironía.

El caso es que, por regla general somos demasiado egoístas para admitir nuestro propio egoísmo.

Y admitirlo sería el primer paso para darnos cuenta de que no es tan malo, pero... esto es un secreto.


Imagen: selfish by antontang
La 2º es mía.

martes, 17 de agosto de 2010

La botella.


Enseguida me tacharon de loco, de intento de soñador visionario. ¿Qué sentido tenía hacer algo de tales dimensiones?
- ¿Qué sentido tiene? – Grito de pronto, para comprobar la compañía de mi propio eco.



***

Miraba al horizonte. ¿Qué sentido? Era inevitable recordar todas las botellas que envíe hacia aquella linea lejana. Hacia la nada desconocida. El mejor pozo para la esperanza. ¿Qué hay más allá? ‘’Un pozo’’ Me respondía a mí mismo. ‘’Puedo tirar todas las botellas que me plazca, como piedras en un agujero infinito. ¿Esperando algo de vuelta? ¿Lo qué? Tendría que tirar miles de piedras en un gran hoyo para que, una vez lleno, pudiera recoger tan solo la última.’’

‘’Podría mandar cien mil botellas al horizonte que jamás volverá una respuesta de vuelta. ’’ Tan siquiera mi propia pregunta volvería. Eso escribí en la última. Desde que lancé aquella botella, con todas, literalmente, todas mis fuerzas, todas mis esperanzas, me aqueja un constante y sordo tirón en el brazo. Probablemente psicológico, pero ahí está. Es mi dolor.

Fue con ese tirón cuando me vino la idea. Dejé la vista clavada en el sol, que comenzaba a esconderse bajo el mar. Tras el horizonte.
‘’Si las botellas… si las respuestas a mis botellas no cruzan de vuelta el horizonte…’’

La vista se me empezó a nublar por mirar al astro rey fijamente. Se lo dañino que es hacerlo, pero en ese instante tan siquiera lo pensaba. Era yo, paralizado, sintiendo la línea del horizonte como algo al alcance de la mano.

Segundo tras segundo, la pequeña mancha negra iba en aumento, hasta que pude sentir como un agujero negro me tragaba. Creo que me desmallé. No lo sé muy bien. El caso es que por un instante lo último en desaparecer fueron los extremos de aquella línea infinita y lejana, y sentí, creedme, lo sentí de verdad, estar al otro lado del horizonte.

Allí todo era oscuro, mas lleno de brillos flotantes. ‘’Botellas’’ Debí susurrar tirado en la arena de la playa. De mi cuerpo apenas notaba más que un ligero cosquilleo en las manos. Como cientos de veces en mi vida, lo interpreté como una señal, y, antes de que este hormigueo desapareciera, estiré la mano y agarré algo. Cilíndrico y frío. Sobre lo que vino a continuación no recuerdo mucho más.

Unos minutos más tarde, la bruma empezó a despejarse. Primero en la periferia, luego hacia el centro, podía ver de nuevo. La playa, el atardecer, el horizonte. Tan, tan lejano.

Apreté mis puños. Solo uno. En el otro, había una botella. Me levanté de golpe, con el corazón compitiendo en plena carrera de caballos. ‘’Absurdas casualidades’’ Susurré tembloroso. En cuanto vi que contenía un mensaje me tragué una bola de mis ‘’absurdas palabras’’ en forma de saliva.

Tardé en abrirla. La miré desde todos los ángulos, estudiándola desde fuera como si aquello fuera a revelar algo. Lo único que logré fue una extraña familiaridad con aquel vidrio verdoso.

Por fin saqué el corcho y deslicé el pequeño rollo de papel por la boca de cristal. No acababa de atreverme a abrirlo.

Miré una vez más la botella, interponiéndola entre mis ojos y el sol, viendo el mar, el cielo, el horizonte, todo verde. Tan verde que por una vez, creí entender el verdadero valor de la esperanza. Fui fuerte.

Abrí el rollo, con dedos torpes. Ni me fijé en la caligrafía. Leí.

‘’Podría mandar cien mil botellas al horizonte que jamás volverá una respuesta de vuelta. ’’


Sonreí derrotado. Menuda ironía. Me senté en la arena con la cabeza gacha, y volví a jugar con la botella y el sol, con mi ficticio mar verde.

‘’Si las botellas… si las respuestas a mis botellas no cruzan de vuelta el horizonte…’’

Esa tan siquiera lo cruzó de ida. ¿Por qué seguía intentándolo? Ya había comprendido su inutilidad. No llevaba a ningún sitio. Era, sin duda, un gesto romántico. Nada más. Fue en su momento un pozo de esperanza, pero, ahora… ¿Las mandaba quizá, porque, una parte de mi sabía que jamás llegarían a nada aquellos mensajes? Si lograsen su cometido, ¿qué haría después? ¿Temía cumplir del todo mis anhelos?
Me sentí desolado. ¿Era esclavo de mi propia y falsa esperanza? Un marcapasos con una carcasa de un verde apagado… ¿Cómo había llegado a eso?

‘’Si las botellas… si las respuestas a mis botellas no cruzan de vuelta el horizonte…’’

Era hora de reaccionar. De ser sincero conmigo mismo. Pero… ¿Cómo? Al final era la eterna pregunta, la infinita falta de respuesta. Encontraría otro engaño para mi alma. Para mis principios. Los tendría anestesiados en otro gesto de romanticismo de tres al cuarto.

Dejé la cabeza en blanco y miré el interior de aquella botella, donde el mundo era falsamente verde. Donde era creíble que, más allá del horizonte, me esperaba un mar lleno de mensajes para mí.

‘’Si las botellas… si las respuestas a mis botellas no cruzan de vuelta el horizonte…’’

El sol iba desapareciendo, y con él, el verde se apagaba poco a poco. Mi corazón se encogió.

- No puedo. – Grité a la botella. – No puedo ver morir poco a poco mi propia esperanza. En mis narices – Terminé susurrando, casi al borde del llanto.
Fue justo en ese instante. Viviendo los últimos latidos del mundo verde. Era hora de hacer algo. Algo de verdad.

Me llevaría un tiempo, meses quizás.

Recogí, en los siguientes, bolsillos y bolsillos de arena, que acumulé y guardé de forma secreta.

Busqué un trabajo en una panadería, la más grande de la ciudad, quemándome cada noche ante el calor los enormes hornos industriales.

Visité bibliotecas, fraguas. Me informé. Era probable. Era posible.



***

Todavía puedo ver los rostros incrédulos cuando, de un camión alquilado, la dejé caer al mar. Pero no me importan ni caras ni palabrerías. Ni que me techen de loco. Yo cruzaré el horizonte.

Cojo un poco de aire y en un suspiro, dejo que mi aliento empañe el cristal, el que tinta el mar de verde. En el vaho escribo mi mensaje. ‘’Esperanza.’’

Lo veo borrarse poco a poco, pero no me importa; no necesito palabras. No puedo evitar sonreír. Yo soy el mensaje. Dentro de mi propia botella camino del horizonte
.

domingo, 8 de agosto de 2010

Lluvias lunáticas.


''Una vez más, me habia enamorado como un lunático, pero la cobardía me devolvió la cordura (si no fue al revés)''


Como otras tantas veces que la lluvia me retenía en casa, pegado a la ventana, leía las hojas, de forma azarosa, de la libreta cuadriculada en la que a modo de diario, agenda y quien sabe que más, escribo cualquier cosa, cuando me viene en gana.

Entre eso y las vistas a la calle, ocupo una media hora o una completa a lo sumo, hasta que mis ojos se cruzan con un transeunte o una frase que me hace reaccionar, o me ensimismo en mi propia realidad, en la que es dificil saber si llueve o no.

Es una lluvia de primeros de Octubre y aun no se atreve a hacer demasiada presencia el frio del invierno. Pienso, entonces, que es el momento perfecto para limpiarme la rutina, renovarme gota a gota y respirar de verdad, sin coger una pulmonía. Es decir, de calarme hasta los huesos porque sí.

Hasta que me freno a mi mismo. ''Quieto hombre...'' Me digo. ''Realmente no lo harás, pondrás una mueca que roza la sonrisa, sí, pero seguirás ahí, sentado. Quieto.'' Pero esa mueca-sonrisa se inercambia por una de rabia e impotencia. ''¿Ni soñar puedo ya?'' Ofendido, pego mi cara a la ventana y me agarro al alfeizar con mucha fuerza, como tratando, aunque sea por venganza, de convencerme para bajar.

Entonces los enfoques cambian, y la lluvia que se desliza por el cristal pasa al primer plano. Una pequeña y brillante gota deforma todo a través de su diminuto cuerpo, que, valientemente, se desliza vidrio abajo. La sigo, admirado por su osadia. Desciende, crece, desciende, crece. Cuanto más se atreve a descender, más crece, y más rápida es su osada marcha. La caida hacia la calle.
''Si esque hasta una diminuta gota...''

Y un sentimiento de tragedia corta el pensamiento. Justo antes de perderse más allá de la ventana, en la perspectiva de la gota frente a la calle, esta baja como un pequeño torrente. O no tan pequeño. Mi corazón se agita ante tan irónico suceso.

''¡Esa chica va a ser aplastada por la gota gigante!''

Terror que pronto evoluciona a un menos surrealista temor.

''La pobre se va a empapar con la gota gigante''

Y que finalmente desemboca en una simple y realista verdad.

''Por suerte ella es ajena a mi estupidez.''

Pasado el susto, lejos de cesar mis palpitaciones, estas crecen mientras observo a la joven; al mismo tiempo, mis ojos se van abriendo como platos. Paelleras, incluso.

Indiferente al resto del mundo, que se resume en un pequeño riachuelo de paraguas generalmente negros, o de gente corriendo y refugiandose en portales, ella permanece en medio de la acera, sin avanzar. Poco a poco, va acuclillándose, dando la sensación de que fuera una niña pequeña, desprotegida, que no puede aguantar más y se va a orinar.

Se que el corazón no palpit por vulgaridades (pues ella es adulta) y pronto lo confirmo al ver como comienza a desatarse los zapatos, de charol negro, que parecen sacados de otro tiempo. Al tener que hacer fuerza para sacarlos, se sienta en el suelo mojado, y tras dos fuertes empujones,
descubre al mundo dos calcetines rojos, que iluminan lo gris del día.

Finalmente, se recuesta sobre la acera y sus labios se encienden, como su sonrisa, y su cara, tan llena de vida. Abre, cada vez más, los ojos, dando la sensación de que poco a poco el tiempo se detiene. De pronto puedo pensar.

''¿Bajarás?''

La lluvia cae a cámara lenta.

''¿Junto a ella?''

Su sonrisa se congela y el rio de paraguas, casi negro, queda suspendido mientras, desde alguna ventana, una señora de bata verde y rulos rojos tiene el dedo paralizado sobre el botón de PAUSE de un mando con pocas pilas.

''¿A la lluvia?''

Busco entonces, de reojo, la libreta, pero no la veo. Cuando me doy cuenta, un FAST FORWARD empuja con violencia a la lluvia, convierte el rio de paraguas en un torrente y la levanta a ella, haciendo que se mezcle entre la multitud, empapada, bajo un paraguas rojo.

''Correr ahora sería tan inútil como haber dudado hace un instante''

Vuelvo a mirar de reojo a la libreta. Por suesto, ahora si que está. Abro una pagina en blanco, al azar, y escribo:

''Una vez más, me habia enamorado como un lunático, pero la cobardía me devolvió la cordura (o viceversa)'' Octubre de 2010.



Imagen: Red umbrella de january77