sábado, 20 de noviembre de 2010

Cuando la pupila se convirtió en memoria

Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Aunque soy amante de la palabra, no soy nadie para negarlo.


El ojo recoge cada dia cientos de miles de millones de imágenes
que sería absurdo tratar de transformar en un simple número de palabras.

Figúrense entonces, si una sola palabra puede hacer teblar nuestros instintos
si una imagen puede sobrecogernos hasta marearnos


¿Qué ocurriría si expresásemos la fuerza de todas nuestras palabras, la emoción de todo lo que hemos visto, en un solo acto?

Suena como algo imposible, ¿eh?

Imposible significa nada si se trata de ciertas miradas.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Confesiones halógenas de un esquizoide en la sección de refrigerados.

Sabía que acabaría confesando esto, pero no creí que fuera tan pronto. Y ya ves, un día cualquiera, nublado, con lluvia, ligeramente tedioso diría, por la cantidad de tareas y compromisos que le ocupan. Aquí me hayo, gastando valiosos minutos en esta, créanselo, totalmente verídica confidencia.


Ocurrió donde menos lo esperaba. Y dentro de donde menos lo esperaba, en la sección menos adecuada. Sí, sí, fue en el Carrefour, (esa cadena de hipermercados que no para de comerse otros hipermercados) y que últimamente toma demasiado protagonismo en mi vida. La mitad de mi vida social la hago allí. Si a eso le suma la culinaria, que ocupa un sector no poco importante, pues ya va cobrando más relevancia todavía.

Sección de frío, fresco, refrigerados; que no congelados. Es decir, la sección que, será la cercanía a las temperaturas bajo cero, me lleva a un estado de slow-motion, que no stop-motion, donde puedo pasar interminables minutos observando yogures, natillas, biofrutas, biobifudus, bioactimelesbifidados y cualquier otro mutante de la genética. (Para cagarse por la pata abajo, con perdón.)

En este momento el lector, si es que existe, piensa: ''Vaya cúmulo de circunstancias absurdas y sin significado para el ajeno''. Ya lo sabía yo en ese momento, de ahí mi estado semivegetativo y que no me esperara nada. Estaba, de hecho, a punto de abandonar esta acaparadora sección y marcharme pitando para casa, pues como siempre, comería tardísimo.


Evidentemente, como siempre que cuando se narra algo aparece la expresión ''estar a punto de'' , ocurrió algo opuesto e inesperado. Alejaba mi vista por fin de los lacteos cuando… zas! Bueno, zas no… Tium… tu tium… Tium… tu-tium… Esos sonidos y notas envolventes. Tu tium… ‘’Don’t let yourself be hurt this time. ’’ (No lo describiré más de esta forma, lo siento - hagan click en aqui para escuchar - AQUI) Las notas iniciales de Falling, de Julie Cruise; o lo que es lo mismo, la ‘’imposible-de-no-reconocer’’ melodía que recordará cualquiera que haya visto la serie de David Lynch, Twin Peaks.

En plena sección de refrigerados del Carrefour, como ya he dicho. Ni más ni menos. Entonces sí, me quedé congelado. Se me olvido la prisa y me quede en pura quietud, tratando de comprender lo que ocurría. En estado semimistico entre semidesnatados. Alrededor no había nadie, y, no sé si era que había aumentado la luz, o que cada vez hay más productos Carrefour Discount (que tienen envoltorios blanco-aséptico) pero juraría que dominaba la escena una especie de halo.

Y no, no, nadie presente, ni una persona. Ni conocida (lo dicho, hago vida social en el Carrefour) ni desconocida. Yo, la música, y el halo. Estuve seguro que en ese momento aparecería un hombre gigante y me diría algo ininteligible pero que marcaría un punto de inflexión en el día. (O quien sabe, incluso en mi vida.)

Pero, señores, les estoy contando hasta ahora puros hechos reales asique, no, no apareció ningún gigante, siendo lo más grande que ví una tarrina de litro de yogurt de frutas del bosque.

No me lo compré, pero sí hubo punto de inflexión. Todo aquello me hizo sentirme insignificantemente pequeño, y desterró a la humanidad de su egoísta superioridad sobre demás seres vivos. (Y menos mal que lo más vivo que había allí eran los bífidus.)

Llegué a una convicción; tenía que confesar. Si en el universo existe un equilibrio entre el bien y elmal, era ley de vida hacerlo. Escapé del hipermercado como alma que lleva el diablo, en una especie de ‘’fire walk with me’’. Y me ardían los dedos por llegar a casa y confesar esto.

Ayer, tras la muerte accidental del salero, prevaleció en mí el peso del final de la vida. He de admitir que, sin premeditación, lo había hecho muchas veces, pero, en este caso fue todo pensado previamente e intencionado. En 1º grado.

Dispuesto a hacer la comida, me di cuenta de cuantas veces había desollado a esos aparentes seres inertes que son las patatas, patacas, potatoes o kartoffel. Quitando su piel poco a poco para , finalmente, acabar hirviéndolas vivas. Pero lo dicho, no había sido premeditado. Era y es, una cuestión de supervivencia alimenticia.

Entonces me invadió el verdadero deseo maligno. Seguro que a más de uno le habrá pasado. Un repentina sensación de hacer algo malvado que, finalmente, el sentido común reprime. Mas esa vez... Esa vez tenía que hacerlo.

Lo confieso. Cogí el cuchillo. Y no solo eso, apuñalé cada una de las partículas de almidón de su frágil cuerpo, no exento de alguna forma de vida.

Sí, lo confieso, yo apuñalé a la patata.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Tragedias cotidianas

Les informo de la tragedia ocurrida a las 13:30 horas del domingo 07 de Noviembre de 2010, en Santiago de Guayaquil, horas después de dejar de ser territorio vaticano.



Disponiendome a limpiar la encimera y apartando para esto los objetos que sobre ella reposaban, fue concretamente en el traslado del salero azul, que tantos años y en tantos platos nos ha acompañado, cuando este golpeó ligeramente su azul barriga contra el respaldo de una silla. En este tan inocente golpe nadie pensaría la desgracia, pero, súbitamente, con cierto retardo tras el impacto, la sal se calló al suelo. Se le había roto el culo. A pesar del titánico intento de trasladarlo rapidamente a su encimera de origen, donde se derramó el resto de la sal, ya era demasiado tarde.

La cocina se ha quedado extremadamente salada, y se ríe de mi como un mal chiste, pero, esto es una total tragedia.

Tras varios intentos de reanimación, tratando de frenar la sal-orragia, entre cola del carrefour y mucho ingenio para unir sus decenas de pedacitos, he tenido que darme por vencido.

Se procede a la limpieza de la sal, y a la reposición temporal por el salero cutre de plástico de la balda de cosas no usadas, a la espera de ser repuesto por un salero de tiendas orientales, hoy cerradas ante tal desgracia.

No sonarán campanas, pero si lo harán las cucharillas.

Adios salero. Los cuatro inquilinos del piso, el menaje de cocina, la gallina que guarda los huevos e incluso el azucarero te echarán de menos.


PD: Esta entrada está dedicada a todos los saleros que han roto en el mundo durante las 8 horas de la visita del papa a Santiago.La cifra asciende, oificalmente, a 674. Pero eso solo son los datos oficiales. Con ese dinero se habrían comprado cientos de miles de ellos.