viernes, 31 de diciembre de 2010

Dos años de realidad y soñadores...

Verás otra vez como sale del metro, otra vez con esa falda verde y su chaqueta de colores; tan larga, que parezca un vano intento de devolverle un arcoíris a los grises muros que hoy hay por árboles en la jungla de la humanidad. Y te darás cuenta,  como nadie lo ha hecho todavía, que hoy es un poco menos colorida, más sucia, más gris que ayer.

La escucharás cantar, dándole vida a tu corazón con su voz, demasiado aguda para ser hermosa, pero tan única y distinta que te hace temblar, como si estuviese hecha para ti. También rasgada, quizás por el humo del tabaco y las vivencias, que empiezan a cargarla de un dramatismo que no intentas sentir, porque a veces la realidad es demasiado dura.

Olerás su perfume, uno que sabes, no sale de ningún frasco. Ni grande ni pequeño, su frasco es el mundo. Y dudando si es tu olfato o su esencia, notarás como esta empieza a desvanecerse en comparación con los tiempos pasados. Ni tan fuerte, ni tan fresca.

Tocarás su mano mientras le dejas una moneda. Y se te revolverán los sentidos una vez más, pero no con la misma adrenalina, ni con tantas mariposas en el estómago como ayer, por no hablar de antes de ayer, o de hace diez años. Quizás sus manos empiecen a estar arrugadas.

En tu mente querrás besarla, pero el sabor de sus labios se difuminará en unos sueños cada vez más lejanos.

Y llegará un día, en que sus ropas, ya grises, su voz, rota, su perfume, disperso, sus manos, quebradas y sus labios, invisibles, arrancarán una lágrima, que caerá con la que crees, será su última moneda.

Levantará su mirada, y con su voz aguda, su color y su perfume, oirás salir de sus labios:

-          Tú serás feliz.

lunes, 27 de diciembre de 2010

La mala costumbre de levantarse tarde

Hace poco que recibí una carta que, en principio, me cayó como un jarro de agua fría. Hoy simplemente, la reproduzco dándole la razón; por despertarme de esta especie de anestesia en que a veces nos sumerge la vida.


’ Tengo un montón de ideas desordenadas en mi cabeza, desde hace tiempo, hacia ti, y hacia esta carta. No son malas, porque no has hecho nada malo. Pero creo que tampoco son exactamente buenas. Por eso, como tú no tienes maldad ninguna, mereces saberlas, sea lo que sea que ello implique.

Damos por hecho que somos amigos. ¿No? Creo que es la idea clave. Si, tú también lo crees. Pero hace un tiempo que me he sorprendido con la idea de que quizás esto no es así. Me imagino que ya te estarás preguntando si me has hecho algo. Nada malo desde luego. Hemos sido amigos, y, en algún momento concreto, una de esas grandes amistades de la historia de las que tu hablabas, esa vinculación especial, no por necesidad ni por placer. Por el bien, porque sí. Bueno… Como no ha ocurrido nada que rompiera el vínculo, este se da por hecho.

Pero está el tiempo. El tiempo pasa y un manojo de grandes recuerdos no es suficiente. Ya no sirven de motor, y no crear ningunos nuevos los atasca en quién sabe qué lugar. ¿Me explico?
Tú ahora tienes tu vida, yo tengo la mía, y aunque esos buenos recuerdos te revivan de cuando en cuando, ellos son los únicos que forman parte de mi vida. Tú, tu presente, diría casi que no es nada para mí. 

¿Recuerdas aquellos días en que reaccionamos contra el tiempo y los compromisos? Nos empeñamos en poner de nuevo en marcha la máquina de recuerdos.

Aquí entra la mala suerte o la buena, quien sabe. Compromisos de última hora, amigos necesitados, etc etc… ¿Recuerdas aquel verano? Planeamos aquellos días para nosotros, y alguien pidió tu ayuda, una y otra vez, cuando yo solo pedía tu compañía. 

Aunque parezca lo contrario no te estoy reclamando nada. Estoy seguro que ese conjunto de decisiones te han llevado a buen puerto, y, además, cuando anteriormente yo pedí ayuda tú acudiste, y seguro que abandonaste a otros que, en principio, solo pedían compañía. Es lo más noble.
Pero, quizás aquella compañía era un grito desesperado de ayuda. Probablemente no, pero nunca te revelaré la incógnita. ¿Es cruel? Te pido perdón ya mismo, pero no me retracto. Sé que si quisiera verte de nuevo, solo tendría que pedirte ayuda. 

Y es que lo dejas todo por acudir cuando hay problemas, y entonces demuestras de verdad el valor de una amistad. Ya se sabe lo que dicen no… el amigo es el que está en los momentos duros. Pero a mí no me parece justo. Ni para ti ni para los demás. 

Normal que después te de pereza quedar con la gente, como me decías a veces… no es satisfactorio establecer relaciones a base de resolver problemas. Te pierdes los momentos buenos, por mucho que sea ‘lo fácil’. Que sí, que se que disfrutas mucho con mucha gente, pero seguramente sabes por dónde va el punto. Y es que una cosa es disfrutar del día a día sobre la marcha, y otra vivir el día a día como uno realmente quisiera. Una vez hablamos de eso, ¿te acuerdas?

Pues eso. Que tú tienes tu vida, y yo la mía. Que creía que te echaba de menos, pero echo de menos tu recuerdo, y son cosas diferentes. Y desde luego no quiero una respuesta a esta carta, ni que acudas a mí por ella. Aunque igual ya es demasiado tarde. Pero prefiero que no lo hagas. No somos amigos, aunque lo fuimos, y quien sabe, quizás lo volvamos a ser, quizás no. No me preocupa porque ambos hemos obrado sin maldad, asique tampoco deberías preocuparte. Asumo mi 50%. Esto no implica nada, si te veo, te seguiré saludando, te preguntaré que tal estás, y si las circunstancias se dieran, tomaríamos algo y charlaría contigo sin dudarlo. Conociéndonos acabaríamos hablando durante horas.

O quizás no.

Sea lo que sea, hemos hecho nuestras decisiones, y yo mantendré siempre los recuerdos. Mantener un lazo es demasiado doloroso. Pero, que ya no lo haya, no implica que, al menos por mi parte, te desee lo mejor de lo mejor. No te imaginas cuanto, a pesar de lo desgastado de este tipo de frases...’’


Y no te respondo, porque, al igual que cuando aun hablábamos a menudo, a veces hablar por uno, podría ser perfectamente hablar por lo dos.

Pero te digo, hasta pronto, y que te vaya muy bien. =)

(Y feliz 2011 a todo el que me lea.)

martes, 7 de diciembre de 2010

Envejeciendo a las 5:19 de la madrugada


Seguro que muchos de ustedes se han dado cuenta. Probablemente cuanta mayor sea su edad es más probable que sea así. Incluso para mis lectores ¿habituales? que deberían rondar la veintena o treintena a lo sumo, ya habrá empezado a ser un cambio más que notable. Al menos eso espero, lo he oído en más personas y para mi es casi un paradigma de la vida.
 
Estoy seguro de habrán observado lo siguiente, aunque ojalá no sea así:

Bien se sabe que, cuando somos pequeños, los días, las tardes, y las mañanas también, si se trata del parvulario, se basan todo en juegos-descubrimientos,-curiosidad- juegos-descubrimientos-curiosidad… etc. Lo días son algo enorme, eterno y sin fin. A veces incluso demasiado, pero creo que hoy en día no lo podemos ver así.

Después llega la primaria, las primeras obligaciones cuando nos acercamos a la ESO… estas cosas. A veces hasta hay que estudiar. Las tardes siguen colmadas de diversiones, pero cada vez más, se ocupan de tareas y quehaceres (que hacemos a disgusto, y educadores del futuro, deberíamos hacer por gusto, el niño del párrafo anterior era pura curiosidad, este empieza a ser un membrillo). Se produce un doble fenómeno, somos más mayores, más grandes, pero por culpa de estos pequeños aburrimientos obligatorios quizá los días siguen siendo largos, tal vez más.

Es en estos años cuando los adultos nos parecen animales curiosos y a la postre imitablemente divertidos (aunque a los que tenemos más cerca por desgaste los acabaremos apartando.) Queremos crecer y trasladar todas las capacidades de los adultos a nosotros, adaptarlas a  toda la inmensidad de nuestro tiempo e infinita curiosidad.


Después llega la adolescencia y un poco más de responsabilidad. Aquí ya uno empieza a decidir cómo se toma esta. Morimos por cumplir 4 años más, 3 años más, 2 años más… Adquirimos el hábito de contar los años. Quizá tanto que por eso queremos vivir más deprisa. Es la época de las experiencias, el tiempo no pasa más rápido pero si se viven muchas más cosas. Y claro, con tantas cosas, a poco que echas la vista a ayer, parece que pasó una semana entera, que solo fue un día, y una vez más, el tiempo no pasa.

Después cumplimos 18 años, llega la universidad (o el FP, o repetir, o trabajar, o estar en casa rascándose los Franciscos. O las Patricias) Sea como fuere nos damos cuenta de que corrimos mucho pero no era para tanto, que lo de ser adulto, no da ni superpoderes, ni nada por el estilo. De un día para otro resulta que seguimos siendo iguales, pero adultos. La diferencia es mínima, pero a partir de ahí, seremos adultos. Se pueden añadir más adjetivos, haya ustedes, pero adultos semos.

Entonces empiezas a contar los años, por primera vez en tu vida, del derecho. 19… 20… 21. Y pensar que hace tres años tenía 18 y estaba saliendo del instituto, y ya acabé la carrera. Dirán algunos. 22. 23. (Aplicarán lo mismo los licenciados.) 24. 25. De pronto te sorprendes de que ya pasaron 7 años. ¡SIETE! Desde los 18. Imagínate, de los 11 a los 18 también había 7, y parecieron una eternidad… Y Dios… 14 años desde que entré en la ESO. Madre mía, pero ¿Qué ha pasado? 26. 27. 28. De pronto ya estás trabajando. (O eso espero, que hace ya años que acabaste la carrera. ¡NO ME LO RECUERDES!) 29. 30. Probablemente de la pandilla de la universidad ya queden pocos en contacto, y la mitad ya están casados. ¡Imagínate! Chindasvinto casado con Fulanita. (Que era una fulana en sus días, y ahora, casada) Y Menganito ya se divorció, con dos hijos a cuestas, a hipoteca por cabeza. 31. 32. 33. De pronto te ves preocupándote por tus padres, que ya tienen achaques y no se toman las pastillas. ¡Pero si ayer les escuchabas decir eso de la abuela a ellos, sin hacerles mucho caso! 34. 35. 37. 39. CUARENTA. 45. 50. 55. SESENTA…


Que si que sí, que se de sobra que os habéis dado cuenta. Sabéis que exagero pero no tanto, veinteañeros. Empezáis a notar que la cuesta empieza a inclinarse, y que va todo más rápido. (Pasen o no tantas cosas.) Que uno dice más veces ‘’parece que fue ayer’’. ‘’Que los años se van volando’’. ‘’Que el otro días estábamos empezando’’.  Hasta olvidaste algunos nombres.

Pero… ¿Qué le pasa al tiempo? ¿Por qué pasa más rápido?

Vamos, que de seguir así y si percatarme, al acabar este escrito dejaré la dentadura postiza en un vaso. Incluso estoy pensando que, teniendo en cuenta que esto llevaba un par de días queriendo salir de mi cabeza, y se fue atrasando… Si me despisto se va conmigo a la tumba… ¡Quién sabe! Es más, y puestos a exagerar, empiezo a tener miedo de que los achaques acaben conmigo antes que yo con lo redactado, y sólo queden sus últimas palabras rebotando en una caja de pino barnizado mientras el tiempo echa sus últimas paladas de tierra sobre mí. 

¡Y tan siquiera pude decirle a nadie que poner en el epitafio! Es más, ni lo pensé. Aunque a mi cerebro de muerto se le acaba de ocurrir algo. ¡Después de tanto tiempo! Ya ni me acordaba…

R.I.P.
Javier Blanco 1989 – 20…
Vivió, hasta que empezó a pensar en el tiempo.