miércoles, 22 de junio de 2011

Tres años de seis paredes.

Desnudas, asustadas las paredes,
la mirada ausente, la (no) caricia de tus manos
trazos descolgados, deshojados

Pintura ''blanca'', suciedad a base de relojes
(y de otros pecados)

Nido azul, protegido por ojos, caras, manos...
que sangran, acarbonados.
Despide a las piernas cansadas
(ya pesan)
Las noches de libros, de insomnios, de MIEDOS
(¿no cambian?)

Abismo de la ventana, hoy callas
pies descalzos bailan, tiemblen las tablas
enciendan las últimas llamas (los bulbos se apagan)
Ritual de RAICES: Aferrar - Cortar.

Libros no escritos, historias contadas,
estudio infinito, vidas dibujadas...

Wilde, Poe, Saramago, Coelho, Conrad, Marx, Kafka,
Nietzsche, Séneca, Arendt, Exuperie, Camus,
Scott-Card, Murakami, Beckett, Sartre...
aqui ya no hay nada que narrar.

Jeunet, Burton, Welles, Tarantino, Aronofsky,
Haneke o mi querido Billy Wilder, Kieslowsky,
Polansky, Kubrick, Woody o Hitchcock...
Apaguen la luz, cerramos.

Floyd... Syd, Dylan, Smith (Patty y Robert), amigo Cohen,
Van Giersbergen, Patterson, Sharon, Cavanagh,
Glass, Chopin, Armstrong, Lenon, Tiersen...
que quede un buen eco:

El mejor de los silencios.

(Nos vamos)

domingo, 5 de junio de 2011

El presente irregular del verbo del huérfano

Cuando salí de la biblioteca aquella tarde nadie me había avisado de lo que iba a suceder. Evidentemente ninguno de mis amigos se acercó para decirme ‘’Por cerca de A Novena Porta, irás mirando para las nubes, para variar, y cuando bajes la vista, allí estará ella.'' El puntilloso de la pandilla tampoco añadió ''Y de banda sonora The Smiths con What Difference Does it Make?'' Para añadir un poco de rintintín al asunto. En realidad sería lo mismo aun habiéndome advertido, no habría hecho ni caso. El futuro no existe, solamente es la anestesia de un presente irregular.

Total, que salgo de la biblioteca, y sin saberlo allí voy yo, escuchando a The Smiths, mirando para el cielo y a las balconadas, inconsciente de que en unos segundos voy a bajar la vista y enamorarme, sin entrar ahora en debates de amor a primera vista, estereotipos o apariencias que engañan. En estos casos no le queda hueco al cerebro para pensar en todas esas minucias.

Fue en el cruce con la Rúa das Orfas, justo después de ver en una de esas galerías y balconadas un cartel de ‘’Se alquila’’. Pensé lo mucho que me gustaría vivir allí y entrecerré los ojos para tratar de ver el número de teléfono, impedido por el reflejo del sol de las siete en el cristal. Me pregunté entonces cuánto costaría y la mirada bajó de las nubes, directa al suelo, al material mundo real.

Pero a ti, a ti no esperaba verte porque nadie me avisó. Menos aún contaba encontrarte en plena caída desde las nubes. Y allí estabas, sentada en el borde de un escaparate mirando a un punto indeterminado en el que justo, en ese instante, me crucé yo. Que la mirada de dos personas choque simultáneamente y sin querer, en ese extraño momento en que ambos vuelven a la realidad, es doloroso. De los pocos dolores que disfruto; te da medio infarto y no te enteras de nada, tu cerebro se pone de marcha tan de golpe que sobrepasa la velocidad de la realidad, ocurriendo muchos efectos especiales y parafernialas hollywoodienses.

Entonces me haces consciente de tu aspecto, que enmarcando esos iris anaranjados, me salvaron del infarto completo. Eres mujer chulesca, bohemia, directa. De piel pálida y labios finos. Con peinado parisino, chaqueta de punto hippiesca, falda larga de artista abandonada en el siglo de los poetas. De senos menudos, graciosos, infantiles. Cadera estrecha sin muchas ganas de sembrar semillas. Eres mayor que yo y es probable que te rías de mí por dentro, me aterras.

Y sin embargo lo veo, me acerco con el estúpido pretexto de que mires el número de ese piso del que acabo de caer. Y tú no contestas, coges un teléfono y llamas. Me das la mano, que es huesuda y delicada, y yo me derrito y te sigo como una leve corriente de aire. Te acercas a la puerta del estrecho edificio para llamar tres veces. Trescientos años más tarde se asoma una señora en mandil de cuadros, muy vieja y podrida. ‘’Subide, subide, que a luz é perfecta’’.

Abres la entrada con decisión, y yo te sigo. El rellano cruje. Dentro no hay muebles, no hay puertas, no hay nada más que aire y brillo. Hay unas cortinas, y por supuesto estás tú. Huelo la humedad. Te desnudas y extiendes tu larga falda en el suelo, tu chaqueta hippiesca, tu camisa gastada...  El lecho perfecto.

Para entonces es la tercera vez que tuerzo mi mirada hacia ti, que ya no me miras, y yo sigo alejándome por la Rúa das Orfas, sintiendo ahora su significado, tú significado, que me aterra, y mi estupidez, que me entierra.

‘’Díselo... da la vuelta. Díselo. Dilo, no te asustes. Vuelve. Da la vuelta, díselo, díselo, díselo. No camines más...’’

Entonces decidí.