Esa mañana me desperté inquieto. Es
el cerebro querido, siempre buscando el complicar. No hice mucho, como
últimamente. Distinguir lo destacable de lo no destacable es muy relativo, pero
decir desayunar, ducharse, doblar la ropa, hacer la cama... es bastante
aburrido. Por tanto, no ocurrió nada hasta después de comer, cuando tomé una
decisión deambulando por la zona vieja.
Dentro de la casa me esperaba
Amarilla. La casa de Amarilla era blanca, como de adobe, y recordaba a los
pueblos andaluces, a las paredes encaladas que buscan devolver el calor de los
rayos del sol. En este caso no tenía mucho sentido, en plena sombra húmeda del
casco antiguo. Así, nada más entrar, uno notaba un crujir de los huesos, sobre
todo los dañados, que se quejaban como en un día de tormenta.
De Amarilla no sabía nada. De cómo
la conocí, os diría que me hablaron de ella, pero en realidad solo le escuché
unos comentarios a la ''loca'' ''borracha'' de la Quintana. Hágale usted caso a
quien quiera. ''Amarilla lo sabe’’. Repitió decenas de veces. Yo ni le
pregunté. Uní trozos y aquí estoy.
Una señora muy alta y delgada,
arrugada como un misterio, me recibió y me llevó a una salita atestada de
calendarios de gatitos. En todos los casos, en el mes de Julio presidía una foto de una cría de gato negro en
diferentes paisajes floreados. Todos parecían estar escapando del fotógrafo. La
señora me indicó que me sentara en una silla verde propia de cualquier aula de
primaria. Arrastraba una bata azul estampada de números 3 rojos, emitiendo un
''frufrú'' bastante saleroso. Salió de la salita y me hizo esperar unos 10
minutos. Entonces volvió con una bandeja llena de pasteles de todos los tipos.
''Son cordones umbilicales'' le creí escuchar. ''Coge, coge, que no muerden. ‘‘Cogí
uno con miedo y me lo comí. No sabía a nada. Cuando me di cuenta, la mujer ya
se había ido.
Esperé mucho tiempo. Llegué a
inquietarme realmente. Pasaba el rato paseando la vista de los gatos de los
calendarios a las manchas de humedad del techo, que poco tenían que envidiar a
las caras de Bélmez. Estaba concentrado en una que me recordaba al Cristo de la
sábana santa de Turín cuando algo empezó a rascar mis zapatillas. Incluso me
sobresalté un poco. Al mirar hacia abajo, vi a un pequeño gatito negro, que
bien podría haber salido de un calendario, con una mancha grisácea como de
humedad en la frente, que ciertamente recordaba un poco al Cristo del sudario.
Tiró de mis cordones indicando que lo siguiera, o así lo interpreté. Fui tras
él.
Me llevó por un pasillo estrecho
dirigiéndome hasta lo que parecía un baño. Sin entenderlo mucho entré,
siguiendo al gato con la mirada hasta topar con unas zapatillas rosas con forma
de perro, de las que salían unas piernas tuertas y arrugadas, unas bragas
amarillentas enredadas entre ellas, y más arriba, un camisón de un color
difícil de describir.
>> ''No te esperaba tan hoy.
‘‘Me dijo. En ese momento supuse que sería la tal Amarilla. ‘’ Y si te mareas
siéntate.’’ Continuó, haciéndome recordar que estaba realmente mareado. La
señora estaba sentada en el retrete, sin más.
Hice un ademán de hablar pero no
supe que decir. Amarilla me miró fijamente al cuello y de ahí no salió nada
hasta que ella preguntó por el sabor de los pasteles. Le dije que no me habían
sabido a nada.
>> '' El problema viene del
cordón umbilical''. Dijo tan ancha. ''Era defectuoso, no tenía sabor. ‘‘‘‘Ocurre
a veces. Tu ya te diste cuenta, pero de otra forma. Ahora, bueno, te esfuerzas.
Has mejorado mucho, pero sigue ocurriendo lo mismo, y a veces te das cuenta que
va a más. Es lo lógico'' No entendía demasiado. Una vez más mis ademanes de
hablar se quedaban en una boca en forma de O.
Amarilla quedó en silencio,
poniendo cara de esfuerzo. Después siguió.
>> ''Ahora va todo bien.
Eso crees. En verdad es así. Has venido justo de tiempo. Las cosas se entienden
rodeado de cientos de personas. A la mayoría los conoces de algo, aunque sea de
poco. Te darás cuenta. Es la desumbilicación. Lo verás en los umbilicados, lo
fácil que les resulta. Tu estarás bien, muy bien, cómodo, y te darás cuenta
después de que llueva, pero entre azulejos. Luego, irás por el camino de atrás,
el oscuro, perseguirás a un gato. Ya es cosa tuya si lo coges o no, si haces
que se acerque o se esconde por un agujero. Y ese momento absurdo definirá lo
demás. ‘‘
No entendí nada, la verdad.
>> ''Bueno, y ahora, déjame
seguir con lo mío. ‘‘
Salí rápidamente de allí, un poco
contrariado. Al salir a la calle, a 24 de Julio, me golpearon la cara los
bochornosos 34 grados de las 5 de la tarde, que como un termostato me
anunciaron con certeza las células de mi piel.
Me desperté en el coche. Acababan
de abrir las ventanillas para pagar el peaje y mi tía se quejaba de lo rápido
que se iba el aire acondicionado. ''34 grados marca, y subiendo. ‘‘A penas
hablé en todo el camino.
Al llegar a casa ya no recordaba
el sueño. No me esperaba nadie. Al no tener llave, entré por la ventana de la
cocina, cayendo sin mucha agilidad sobre la mesa. En mi cara esperaba un
bizcocho muy apetecible, que no me atreví a empezar por si era para alguna
ocasión en concreto, como suele ocurrir con tal tipo de bizcochos.
Llamé por teléfono y empezó a
llegar gente. Me dieron vía libre para el bizcocho, que corté con expectación.
A pesar de los apetecible no me supo a nada.
No tardé en irme de casa, todavía
medio pegajoso por el sudor y el calor. Bajé a la playa, donde se celebraban
las fiestas populares. Entré en la barra del bar para ayudar. No sé cuantas
horas pasaron, se que había mucha gente. A muchos los conocía y a otros no
tanto. Algunos me preguntaban. Otros pasaban de largo. Yo preguntaba, servía,
cobraba, daba el cambio. Comentaba. Un pequeño baile. De cuando en cuando el
frío del congelador me hacía doler el hueso de la muñeca. Se fue haciendo de noche.
Horas, horas y horas pasan rápido con tanto trabajo; medio mareado de estar de
pie durante tanto tiempo, de no poder sentarme.
Agotado, apestando a sudor, me fui
duchar a casa. Quedé relajado, con ganas de dormir, pero todavía tenía que
volver a bajar. Pasó el rato, quedaban ya pocos, conocidos. Empecé a observar a
la gente, a unir sus conversaciones, sus interacciones. Si les leía los labios
me parecía leer continuamente la palabra umbilical, pero evidentemente no era
así, por muy bebidos que fueran. Algunos se acercaban de vez en cuando.
Bostecé, bostecé y bostecé. Después,
aburrido, me fui. ‘’Me voy’’ Sin hacer
mucho ruido.
Camino a casa, decido dar un
rodeo por detrás del bar, para no cruzarme
con los más borrachos. Escucho un ruido y me giro. Un gato negro
maullando. Lo sigo, me agacho. Es una cría. Se para, maúlla, se aleja un poco.
Lo sigo.
Finalmente, el gato se coló por
un agujero.
Recordé a Amarilla.
Llegué a casa, fui al baño, me
puse una bata, escribí, me bebí un zumo a las 3:33 am. Cosas aburridas por las
que uno debe dejar de narrar.