domingo, 25 de marzo de 2012

La invasión del absurdo.


Ante ese inmenso patio de luces, la mirada de un ser humano cualquiera se pierde entre las nubes y sus formas. La vista, a pesar de lo feo de las fachadas interiores de una urbe no especialmente rica, le conmueve, le atrae de forma irremediable.

De la poca luz que ilumina su cara, una parte le devuelve, sobre el cristal de la ventana, una versión apagada de sí mismo. Sus ojos, su boca, su mirada, reflejan un gesto absurdo, algo macabro quizás. El ser humano se ve a sí mismo en una mueca difuminada, donde sonrisa y lástima se mezclan completamente.

- Es tan agotador estar triste. - Le dice. Él ni se inmuta, sigue mirando al cielo y a su reflejo, fundidos en alguna parte de su retina. Cree que se escucha a sí mismo. - Perder las ganas, la fuerza. No poder. No intentar. Arrastrarlo todo contigo, como un río de lodo.

Se hace un silencio largo. Las nubes empiezan a abrirse por detrás de uno de los tejados. Pero ya anochece.

- ... Estar feliz también es agotador. Porque es una tarea imposible, una lucha a muerte. El tiempo, la actividad, y en algún momento siempre aparece el dolor, el propio o el ajeno, porque la felicidad viene de lo ajeno, y es lo ajeno quien te lo arrebata. Y uno se empeña, lo intenta, y allí está, con sus endorfinas, cuestionándose lo absurdo de la infelicidad y cayendo de nuevo en un pozo ya nada absurdo al paso siguiente. Pero después escala ese pozo, y vuelve, y se va y vuelve. Logra felicidades momentáneas, porque la felicidad debe ser así. ¿Quién no sabe eso? El que está extenuado por pura tristeza, quizás. Pero el resultado también es agotamiento. Quizá más.

Una gaviota atraviesa el patio, y se posa sobre una chimenea. Dibuja una silueta extraña, justo en medio del reflejo, de la cara, de la voz, de las nubes y de la luz crepuscular. Chilla.

- ... Claro que después están las rutinas. Ni feliz, ni infeliz. Ocupado, entretenido, pero anestesiado. Es preciso estar muy ocupado para evitar la tristeza, y eso también es agotador.  Porque cuando paras, comienzas a pensar, y cualquier pensamiento deja a la rutina inerme, y la ridiculiza. Y ridiculizar la integridad humana es agotador, casi delictivo. Vivir en una rutina que evite esto, también es agotador.

Como salido de un ensueño repentino, el ser humano mira a su alrededor, tratando de comprender de donde viene esa voz que creía el hilo de sus pensamientos.

- ... Y al final todo es agotador, ¿a caso no es eso envejecer? ¿No es irse cansando cada día un poco más pronto de la vida, extenuarse? No hay mucho más que enteder, cada uno que elija cómo, porque el resultado siempre será cansancio, aunque todo lo que haya detrás sea absolutamente distinto. Después, tarde o temprano el agotamiento traerá el dolor. ¿Sabes que es el dolor? El dolor es una respuesta fisiológica, del cuerpo. Es el resultado de un daño. Pero de un daño físico. A cualquier ser humano le cuesta creer eso, cuando los retortijones de cerebro le sacuden día sí día también. Dolor de alma, dolor psicológico, dolor emocional, llámenle como quieran.  Crear heridas invisibles que agotan a uno mucho antes de tiempo, y lo envejecen a marchas forzadas. Cadáveres andantes mentales, cadaveres sin emoción, cuerpos psicológicos, quizás. Cualquier otro animal lo entiende mejor, sin daño, sin herida, sin enfermedad, no hay dolor.

- ¿Quién eres? ¿Donde estás? - Pregunta el ser humano sin acabar de comprender.

- (...) - Se oye una respiración agitada, un suspiro.

- ¿Qué quieres?

Nervioso, devuelve la mirada al cristal, a esa mueca reflejada de absurdo contenido. Ya es denoche, la imagen casi está desvanecida. Al fondo del patio, se encienden las luces deu n par de ventana. Se marcan los contrastes, el reflejo desaparece. Se enciende la luz, y así el absurdo.