viernes, 29 de junio de 2012

El ínfimo gran camino.


Quizá sea culpa del asfalto, pero el ser humano hoy en día siempre se olvida de que el hecho de caminar de por si ya deja huellas.


Lo que ayer fue una certeza hoy es un miedo y mañana quién sabe lo que será. De un día para otro cualquier persona puede pasar de ser un incansable luchador a un niño acurrucado y desprotegido. Es entonces cuando todo lo que nos rodea adquiere dimensiones colosales, incluso lo que no es así. La debilidad es tan humana como la fuerza. Sentirse fuerte pasa por percibirse grande, y eso implica hacer del mundo un lugar más pequeño de lo que realmente es. Por ello, el ser que pisa con paso de gigante suele hacerlo en una sola dirección, en su pequeño reino construido a medida (de lo posible).

Siempre llega el día, con mayor o menor frecuencia, en que súbitamente encogemos a dimensiones infinitesimales. Uno puede darse cuenta de que es un mero intervalo de tiempo impreciso que camina sobre un pedrusco que deambula por un espacio quedeja a uno a escala de proporciones irrisorias. Pero no solo eso, esa conciencia es demasiado abstracta para nosotros mismos y no nos afecta tanto como debiera. A veces, simplemente, el centrarnos en nuestro camino de gigantes nos ciega y cuando nos damos cuenta vemos que vagamos por un camino sin público, sin mucho que ver y sin demasiadas alternativas. Cuando ya nadie nos piensa, ¿como sabemos que seguimos vivos?

Si nos abruma el miedo, nos agarramos a nuestro ínfimo gran camino, o nos paralizamos y enraizamos en él con la expectativa de no perder lo único cierto, que es lo que hay frente a nuestros ojos.

¿Qué hacer? ¿Qué querer? ¿Qué creer? ¿Qué crear?