martes, 24 de julio de 2012

Cordones insípidos basados en hechos irreales.


Esa mañana me desperté inquieto. Es el cerebro querido, siempre buscando el complicar. No hice mucho, como últimamente. Distinguir lo destacable de lo no destacable es muy relativo, pero decir desayunar, ducharse, doblar la ropa, hacer la cama... es bastante aburrido. Por tanto, no ocurrió nada hasta después de comer, cuando tomé una decisión deambulando por la zona vieja.

Dentro de la casa me esperaba Amarilla. La casa de Amarilla era blanca, como de adobe, y recordaba a los pueblos andaluces, a las paredes encaladas que buscan devolver el calor de los rayos del sol. En este caso no tenía mucho sentido, en plena sombra húmeda del casco antiguo. Así, nada más entrar, uno notaba un crujir de los huesos, sobre todo los dañados, que se quejaban como en un día de tormenta.

De Amarilla no sabía nada. De cómo la conocí, os diría que me hablaron de ella, pero en realidad solo le escuché unos comentarios a la ''loca'' ''borracha'' de la Quintana. Hágale usted caso a quien quiera. ''Amarilla lo sabe’’. Repitió decenas de veces. Yo ni le pregunté. Uní trozos y aquí estoy.

Una señora muy alta y delgada, arrugada como un misterio, me recibió y me llevó a una salita atestada de calendarios de gatitos. En todos los casos, en el mes de Julio  presidía una foto de una cría de gato negro en diferentes paisajes floreados. Todos parecían estar escapando del fotógrafo. La señora me indicó que me sentara en una silla verde propia de cualquier aula de primaria. Arrastraba una bata azul estampada de números 3 rojos, emitiendo un ''frufrú'' bastante saleroso. Salió de la salita y me hizo esperar unos 10 minutos. Entonces volvió con una bandeja llena de pasteles de todos los tipos. ''Son cordones umbilicales'' le creí escuchar. ''Coge, coge, que no muerden. ‘‘Cogí uno con miedo y me lo comí. No sabía a nada. Cuando me di cuenta, la mujer ya se había ido.

Esperé mucho tiempo. Llegué a inquietarme realmente. Pasaba el rato paseando la vista de los gatos de los calendarios a las manchas de humedad del techo, que poco tenían que envidiar a las caras de Bélmez. Estaba concentrado en una que me recordaba al Cristo de la sábana santa de Turín cuando algo empezó a rascar mis zapatillas. Incluso me sobresalté un poco. Al mirar hacia abajo, vi a un pequeño gatito negro, que bien podría haber salido de un calendario, con una mancha grisácea como de humedad en la frente, que ciertamente recordaba un poco al Cristo del sudario. Tiró de mis cordones indicando que lo siguiera, o así lo interpreté. Fui tras él.

Me llevó por un pasillo estrecho dirigiéndome hasta lo que parecía un baño. Sin entenderlo mucho entré, siguiendo al gato con la mirada hasta topar con unas zapatillas rosas con forma de perro, de las que salían unas piernas tuertas y arrugadas, unas bragas amarillentas enredadas entre ellas, y más arriba, un camisón de un color difícil de describir.

>> ''No te esperaba tan hoy. ‘‘Me dijo. En ese momento supuse que sería la tal Amarilla. ‘’ Y si te mareas siéntate.’’ Continuó, haciéndome recordar que estaba realmente mareado. La señora estaba sentada en el retrete, sin más.

Hice un ademán de hablar pero no supe que decir. Amarilla me miró fijamente al cuello y de ahí no salió nada hasta que ella preguntó por el sabor de los pasteles. Le dije que no me habían sabido a nada.

>> '' El problema viene del cordón umbilical''. Dijo tan ancha. ''Era defectuoso, no tenía sabor. ‘‘‘‘Ocurre a veces. Tu ya te diste cuenta, pero de otra forma. Ahora, bueno, te esfuerzas. Has mejorado mucho, pero sigue ocurriendo lo mismo, y a veces te das cuenta que va a más. Es lo lógico'' No entendía demasiado. Una vez más mis ademanes de hablar se quedaban en una boca en forma de O.

Amarilla quedó en silencio, poniendo cara de esfuerzo. Después siguió.

>> ''Ahora va todo bien. Eso crees. En verdad es así. Has venido justo de tiempo. Las cosas se entienden rodeado de cientos de personas. A la mayoría los conoces de algo, aunque sea de poco. Te darás cuenta. Es la desumbilicación. Lo verás en los umbilicados, lo fácil que les resulta. Tu estarás bien, muy bien, cómodo, y te darás cuenta después de que llueva, pero entre azulejos. Luego, irás por el camino de atrás, el oscuro, perseguirás a un gato. Ya es cosa tuya si lo coges o no, si haces que se acerque o se esconde por un agujero. Y ese momento absurdo definirá lo demás. ‘‘

No entendí nada, la verdad.

>> ''Bueno, y ahora, déjame seguir con lo mío. ‘‘

Salí rápidamente de allí, un poco contrariado. Al salir a la calle, a 24 de Julio, me golpearon la cara los bochornosos 34 grados de las 5 de la tarde, que como un termostato me anunciaron con certeza las células de mi piel.


Me desperté en el coche. Acababan de abrir las ventanillas para pagar el peaje y mi tía se quejaba de lo rápido que se iba el aire acondicionado. ''34 grados marca, y subiendo. ‘‘A penas hablé en todo el camino.

Al llegar a casa ya no recordaba el sueño. No me esperaba nadie. Al no tener llave, entré por la ventana de la cocina, cayendo sin mucha agilidad sobre la mesa. En mi cara esperaba un bizcocho muy apetecible, que no me atreví a empezar por si era para alguna ocasión en concreto, como suele ocurrir con tal tipo de bizcochos.

Llamé por teléfono y empezó a llegar gente. Me dieron vía libre para el bizcocho, que corté con expectación. A pesar de los apetecible no me supo a nada.

No tardé en irme de casa, todavía medio pegajoso por el sudor y el calor. Bajé a la playa, donde se celebraban las fiestas populares. Entré en la barra del bar para ayudar. No sé cuantas horas pasaron, se que había mucha gente. A muchos los conocía y a otros no tanto. Algunos me preguntaban. Otros pasaban de largo. Yo preguntaba, servía, cobraba, daba el cambio. Comentaba. Un pequeño baile. De cuando en cuando el frío del congelador me hacía doler el hueso de la muñeca. Se fue haciendo de noche. Horas, horas y horas pasan rápido con tanto trabajo; medio mareado de estar de pie durante tanto tiempo, de no poder sentarme.

Agotado, apestando a sudor, me fui duchar a casa. Quedé relajado, con ganas de dormir, pero todavía tenía que volver a bajar. Pasó el rato, quedaban ya pocos, conocidos. Empecé a observar a la gente, a unir sus conversaciones, sus interacciones. Si les leía los labios me parecía leer continuamente la palabra umbilical, pero evidentemente no era así, por muy bebidos que fueran. Algunos se acercaban de vez en cuando.

Bostecé, bostecé y bostecé. Después,  aburrido, me fui. ‘’Me voy’’ Sin hacer mucho ruido.

Camino a casa, decido dar un rodeo por detrás del bar, para no cruzarme  con los más borrachos. Escucho un ruido y me giro. Un gato negro maullando. Lo sigo, me agacho. Es una cría. Se para, maúlla, se aleja un poco. Lo sigo.

Finalmente, el gato se coló por un agujero.

Recordé a Amarilla.

Llegué a casa, fui al baño, me puse una bata, escribí, me bebí un zumo a las 3:33 am. Cosas aburridas por las que uno debe dejar de narrar.


martes, 10 de julio de 2012

Eco. Solo.

Solo y con lo puesto. Yo y una mochila, nada más. En el cuarto no hay más que unas sábanas blancas sobre un colchón viejo. Encima estoy yo. Todo lo que tengo ya se lo han llevado y yo he vuelto en cura de humildad, sin posesiones. Si me atrevo a hablar, pues no es tan fácil, se aprecia un eco que jamás imaginaria en una habitación tan pequeña.


El eco y yo, y la ventana. Resueno en las paredes sin abrir la boca, y escucho unos pensamientos amplificados, casi sorprendido de su voz, de su sonido. ¿Dónde estaban? Llevo aquí encerrado 4 horas, sin nada. Qué sensación. Sin nada que hacer. Tengo un libro en la mochila. Lo leo, sin más. Volver a leer como hacia mucho tiempo que no lo hacía, sin cruces de ganas y motivaciones, sin complicarse.

Por una vez no me abruma la información externa, entiendo mejor a la interna. Pienso sobre ello. Información, información, información. Por todas partes. Y así quién se escucha. No hay internet. Apagué el teléfono por no traer cargador, para ahorrar. Apagué la televisión por absurda. Me tiré sobre la cama y escuché al somier quejarse. Al encogerme sobre las sábanas de pronto sentí vértigo. Vértigo por escucharme de verdad después de tanto tiempo. Me puse en posición fetal. Sin noticias del mundo exterior no hay mundo exterior. No hay información irrelevante que cada uno pone en su escaparate. No hay querer saber por saber. No hay un mirar pasivo con un reloj girando a las espaldas. Yo, el cuarto, la ventana, el eco.

Me sentí liberado. Ligero. Recordé la época en que yo mismo no poseía nada. Hasta hace unos años mis posesiones se podían contar con facilidad. Crecí entre lo compartido y lo heredado, sin que el posesivo ''mío'' fuera relevante. Me fui de casa por primera vez con poco más que una maleta pequeña y así ya me había trasladado completamente. . Pasaron 5 años. ¿Qué es eso? Uno se va complicando. Queriendo crear una identidad, un lugar. Y eso está bien, pero a veces creamos una burbuja de objetos que nos separan de nosotros mismos. Cuando dejamos de mirarlos por un momento, nos sentimos viejos. Rodeado de tan poco me siento joven, ágil. Irse no es tan difícil así. Tampoco lo es volver.


Llegaron los latidos, los sonidos internos. Escucho el estómago, las vísceras moviéndose, la respiración. La saliva tragada, la sangre bombeándose. Yo como única información. El cerebro. Una sensación de hiperestesia; ser consciente de todo mi cuerpo a la vez. Recordé su fragilidad, la facilidad de la muerte, la dificultad de la vida. Lo sencillo que es cortarse, desgarrarse, romperse, terminar, desaparecer. Lo difícil que es nacer. La suerte de poder entenderse, comunicarse. Lo simple que es ser niño.

Con el tiempo, cristalizado, la consciencia del cuerpo se humaniza. Empiezo a sentir. Dónde estoy, con quién estoy, qué quiero, a quién quiero. A echar de menos, a arrepentirme, a asegurarme. Al borde incluso de llorar. Pero basta con hacerlo hacia dentro. La lágrima retrocede hasta la retina y sube por el nervio óptico, cruza el quiasma y llega hasta el cerebro. Y os empapo. Nos empapo de agua y sal. A todos. Y lo sentís, estéis donde estéis, aunque os abrume el mundo exterior, aunque a penas os deis cuenta, y yo lo siento, lo se, me conmuevo.


En la habitación no hay nada que pueda frenarlo. Frenarme.

Viene la taquicardia y llueve más fuerte.

Agotado, me vuelvo a encoger sobre las sábanas. Tengo frío, estoy solo. Todavía hay que entender los significados. Miro al teléfono a la hora exacta. Sí, esa. Me falta el abrazo, el calor. Pienso en llamar, pero no lo hago. Todo está dentro. Me encojo. Siento. Nadie mide el tiempo.

Me duermo.


martes, 3 de julio de 2012

Con lo puesto.


Desnudo con descaro las paredes y por mucho que me empeñe en la metáfora e ellas no les importa lo más mínimo. Caen las películas, los conciertos, los dibujos, y la nube de vivencias del aire se condensa una y otra vez, porque los recuerdos no flotan más allá de nuestro hipocampo. De mis pies no salen las raíces que creí extender todo este tiempo y que ahora diría que estoy arrancando en solo segundos.

Me apego a los objetos por todo lo que ellos vivieron, cuando en realidad sólo supieron estar inertes, ausentes de cualquier concepción de tiempo. Para ellos se borra tan rápido mi historia como la de las decenas de estudiantes que podrían describir los mejores años de su vida, los recuerdos más imperecederos ocurridos entre estas cuatro paredes. Ante esta soleada ventana. No puedo ni imaginar la concepción global de todos los ''Yo'' que pasamos por aquí, y me centro en mi.

Se me encoge el cuerpo, quizá por las horas de sueño y por las de insomnio que rodaron por ese colchón. . Enumeraría mil recuerdos y sensaciones, pero esos viajan  conmigo, ni en el corazón ni en ninguna otra víscera más allá de mi cabeza.

Los años pasan y nos empeñamos en darle el título del rey de la medidas. Se cierran ciclos. No existe un día que nunca llegue. Tememos quedarnos atrás y por eso nos come el tiempo. Se abren ciclos. Yo asumo, avanzo y ya no temo sentir, sentir raices creciendo o cortándose, recuerdos que se condensan y me empapan los pies. Puedo dejar atrás con dolor pues es así como mejor debe ser. Elijo mi propio equipaje, siempre que se pueda cargar y no atrase mi marcha.

Y ante tal desnudez yo me marcho, sin descaro, con calma, despacio, pues así es como yo suelo.