sábado, 25 de agosto de 2012

Pixhelado.


Nos sumergimos en una especie de dadaísmo vital. A día de hoy, el arte es una patada en los cojones y ni siquiera es fruto del odio. Cada cual es su propio artista, su propio cuadro, y pinta una imagen desfigurada de lo que quiere enseñar. Como éste, que se va de metafórico. Después, nos acabamos creyendo nuestros propios trazos. Cierto es que nos hacemos a nosotros mismos, pero hacerse se basa en la experiencia más que en... ¿en qué?

Creo que nos estamos enfermando, que habremos envejecido publicando la cantidad de insustancialidades que hemos hecho, y que en cierto modo, lo de generación perdida es bastante cierto. En realidad la palabra perdida no me gusta, todo sirve de algo, sea como contraejemplo o como punto de inflexión. Tampoco me gusta generalizar a una generación. Y así a todo lo hago.  

Hemos conseguido que lo que hace y dice la gente no nos importe nada, que pasemos sobre sus vidas como quien pasa las hojas de un catálogo de tornillos. Nos volvemos más hipócritas, desfiguramos el término amistad, rebuscamos en la basura ajena y nos resarcimos de los hígados masticados. Estamos dando de comer a la paranoia, creando Guerras Frías y Guerras Calientes entre pares de personas. Podemos entrar en cualquier casa sin usar una sola puerta, y en el peor de los casos vemos por ventanas sin cortinas. Ni me doy mucha cuenta de lo que ello significa. Visto con perspectiva seguro que da miedo.

Finalmente, nos recreamos en nuestros peores aliados, nuestros demonios, nuestras pasiones, nuestras obesiones, y lo hacemos nuestra principal máscara-piel. Se puede resumir a cada persona girando en un micromundo, pero todo se resume en masturbación.

Somos píxeles, y ni siquiera se pueden tocar. Están detrás del plástico de la pantalla, porque es cierto, hace mucho tiempo que ya ni son de cristal.