domingo, 16 de diciembre de 2012

Haplysiación.



Me comes, me devoras. No te gusta la carne, ni el hueso, ni las vísceras.

Te gusto con cara inerme. Detrás de mi suena la televisión, que me irrita. La culpo de no poder ni arrancar. Sale de mis orejas una tensión que llega hasta... ¿dónde?. Actúas. Espero tus mensajes o desespero con ellos. Me arrancaste de raiz, literalmente. La espera, la sorpresa. Ya no tiemblo, no tengo taquicardia. Asumo.

Eres un incendio de iones de Calcio. No sirve desayunar más leche, no sirven los complementos alimenticios. No sirve correr más, gritar más, acercarme más, apretar más. No a largo plazo.

Mira a esa Aplysia. ¿Se desangra, te responde? La creyeron la primera condenada, pero América ya estaba alli antes de que la encontraran. La evolución nos condenó a evolucionar, a sobrevivir, y al mayor regalo del ser humano lo devora la propia supervivencia. Mira a esa Aplysia. Ondeando. Dejando de sentir el mar, dejando de expulsar su grito submarino que se hace cada vez más pequeño.

Ya no tiemblas, ya no tienes taquicardia. Asumes. Ahora esperas, no hay sorpresa. Literalmente, la raiz ya la arrancaste. Ellos desesperan, los mensajes. ¿Actúas? Donde llegan mis orejas salen arranques de culpa.

Detrás de mi suena el televisor, pero ni me doy cuenta. Inerme y con cara, te gusto.

¿Quien lo entiende? La maldición de cada día es entenderlo menos.