sábado, 14 de diciembre de 2013

Noviembre de 2013

Cineuropa. Santiago de Compostela.
Cine asiático 3 - Cine francófono 0


10. (...)


9.  ¿Por qué o raposiño? ¿E por qué non o millo, a pataca, as leiras?

8. ¿Domesticación? ¿Neofalantes? ¿Las 100 autofotos de diógenes?

 7. Tú eres la única que sabe dar abrazos. Seas quién seas.


7. El grande anuncio de Martini. Sor María y las raíces. 

7. Está fingiendo. 

 
7. Está bailando. También está fingiendo.

6. Está enfadada. Trabaja en un balneario.

 
 5. Tu pelo no va a juego con su madre.

 4. No busca amistad. 

3. No estais entendiendo nada.


Taipei os engulle.
La casa llora.
Un barco cheo de bombóns. 
E veña. E dalle. E toma.

 

viernes, 11 de octubre de 2013

La maldición de la paz y otras sumisiones.




La época en que cantaba todo el día, sin parar. Todo el día cantando. Sin parar. Un día dijeron que parara y paré.

La época en que aprendí a silbar, y lo hacía sin parar. Todo el día silbando. Recuerdo el dolor de labios antes de ir a dormir. Todo el día silbando, sin parar. Un día dijeron que parara y paré.

La época en que, tras parar de hacer muchas cosas, todo era hablar, hablar y hablar. Parlotear con entusiasmo. Un día dijeron que parara y paré.

Paré de emitir sonidos hacia el mundo. Hacia fuera todo era silencio. Empecé entonces a hacer ruido por dentro (¿O ese ruido ya estaba allí? Estaba allí.) El ruido cavó sus propias rutas. Las cuerdas vocales escaparon por la subclavia y la voz empezó a salir de mis manos –pura sinestesia- . Silenciosa. ¿Alguna vez visteis una mano cantando? Mis manos silbaban, parloteaban con entusiasmo.

En esa época perdí la capacidad de gritar. No se gritar. Es verdad. Porque parte de mi sistema cambió de sitio. De tanto silencio, mi voz se volvió grave, la gravedad del no hacer nada que me pudiera hacer sentir sumiso de mi obediencia. La vida secreta del silencio. La (a)callada libertad. 

Tiempo: Volver a cantar, un poco. A silbar, un poco. A hablar, también un poco. Es lo que hace la gente, de todo un poco. Volver un poco. (A qué). 

¿Mi silencio era mío? Mi silencio era mío.

No. Aunque tardó bastante (o muy poco). Algo (¿alguien?) me dijo que no podía seguir estando en silencio (sin parar). Y paré el silencio. Empecé a hablar, poco a poco, a coger carrerilla (sin entusiasmo). Aprendí a soltar un discurso constante, fluido, gracioso, aburrido. La comodidad mundana. Un discurso que bebía directamente del mundo de las manos silenciosas. Las manos silenciosas dejaron de emitir su ruido silencioso.

En algún momento de ayer lo entendí; las manos se están quedando secas. Hablo, hablo, hablo y estoy bebiendo todo lo que no quiero para evitar la afonía. De pronto me callo, y ya no entiendo el silencio. Qué raro. 

No sé ni hablar ni callar. 

No sé decir que sí ni decir que no.

Lo que siempre he hecho hasta ahora es obedecer(me/te/le) todo el rato. Sin parar.

Y paré. Recuerdo el dolor de labios antes de ir a dormir.

Paré.

Miro a mis manos (espero), a ver si dicen algo (espero).

domingo, 29 de septiembre de 2013

La somatización del vértigo rojo.


Estaba frente al espejo, por la noche, investigando su cuerpo desnudo como solía hacer desde hacía años cuando el avance de la madrugada se lo iba tragando poco a poco. Se llaman las horas débiles. En estas, acudía desesperado a su reflejo, con la esperanza de que al transgredir la extraña prohibición interna de verse en su débil desnudez ante el mundo, este mismo no terminara de tragárselo. ''Me rindo, todavía no me comas''

Y ahí estaba; encerrado en el cuarto de baño, iluminado por una luz fría de 630 lúmenes que disimulaba ese extraño fenómeno que sucedía desde hacía meses y que desviaba toda su atención; se estaba volviendo pelirrojo.

 Esa misma tarde, incluso su abuela lo había notado a través del filtro de la presbicia.

- Eso no debe ser buena cosa. – Le dijo. Nunca había hecho ninguna atribución buena o mala a tal acontecimiento, que como mucho, le hacía cierta gracia.
 
(…)

¿Qué es el vértigo? ¿El miedo a la caída? ¿Pero por qué también nos da vértigo en un mirador provisto de una valla segura? El vértigo es algo diferente del miedo a la caída. El vértigo significa que la profundidad que se abre ante nosotros nos atrae, nos seduce, despierna en nosotros el deseo de caer, del cual nos defendemos espantados.

(…)

La palabra debilidad ya no suena como una condena. Cuando hay que hacer frente a un enemigo superior en número, siempre se es débil, aunque se tenga un cuerpo atlético como el suyo. Aquella debilidad, que entonces le había parecido insoportable, repugnante, de repente le atraía. Se daba cuenta de que formaba parte de los débiles, del campo de los débiles, del país de los débiles y que tenía que serles fiel precisamente porque eran débiles y se quedaban sin aliento en mitad de la frase.
Se sentía atraída por esa debilidad como por el vértigo. Atraída porque ella misma se sentía débil. De nuevo le temblaban las manos. Él lo vio e hizo un gesto que ella conocía bien, cogió las manos de ella entre las suyas para tranquilizarla, apretándoselas. Ella las retiro bruscamente.
-          - ¿Qué te pasa? – dijo.
-          - Nada.
-          - ¿Quieres que haga algo por ti?
-          - Quiero que seas viejo. Diez años mayor. ¡Veinte años mayor!

Quería decir: Quiero que seas débil. Quiero que seas tan débil como yo.

(…)

Tenía ganas de hacer algo para que ya no le quedara escapatoria. Tenía ganas de destruir brutalmente todo el pasado de sus últimos años. Era el vértigo, el insuperable deseo de caer.
También podríamos llamarlo la borrachera de la debilidad. Uno se percata de su debilidad y no quiere luchar contra ella, sino entregarse. Está borracho de su debilidad, quiere ser aun más débil, quiere caer en medio de la plaza, ante los ojos de todos, quiere estar abajo y más abajo que abajo.

(…)

Despertó entonces de forma diferente. Era diferente porque notaba una sensación que no se parecía en nada a los despertares de su vida reciente, que nunca se había parado a definir. Quizá (sí) habían sido más cansados o débiles. Quizá. (Él) Se sabía somatizador. Quizá le ocurriese como con los nervios, que nunca los notaba hasta que la boca del estómago le apretaba en la garganta; el pelo rojo (cada vez más) le avisaba de algo. La resaca capilar de una borrachera de debilidad. Y nunca se percató. Se levantó corriendo, se sentía enérgico. No era de noche, pero tampoco lo  necesitaba para mirarse al espejo.

Era dificil saber sí había un cambio, pero él sí lo veía.

Quería decir: Estaba decidido a volver a tener el pelo negro.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Circuito en náusea.

No puedo parar de correr. Mentalmente, diría que todo empezó en 2010, pero no estoy seguro si fue entonces. Quizás se trata de la coincidencia psicológica de los 20, donde la curva del desarrollo empieza a declinar y en esa repentina cuesta abajo el paso se acelera en consonancia. Eso explicaría aquella época repentina en la que podía frenar algunos días si me dedicaba a subir montañas, aunque nunca lo convertí en fijación. Quién sabe.


De un año a esta parte el propio físico, mis células, mis piernas, me lo han pedido también. Corre; pero físicamente. Todo se debe adaptar, cabeza y cuerpo, o sino uno se divide en dos y ya no sabe dónde está. Y a veces me pregunto mientras tanto ¿qué hago yo corriendo por aquí o por allá yendo a ningún otro sitio más que a la ducha?  Me concentro en la respiración para no pensar, y el ritmo se convierte náusea; una parte de mi lo sabe; ''coge ritmo, deja de pensar y se acabó todo''. El mantra del circuito, mi ley de Ohm. V = IR.
¿Soy ahora acaso un ser más en uno de los trucos de la cuesta abajo? El ''mantén la cabeza ocupada -desocupada- del ser humano actual''. Mantente más joven, más fuerte, más sano (mientras te haces más viejo, más débil, más enfermo en ello).

¿Me he vuelto adicto a las endorfinas? ¿Quién no es adicto a las endorfinas?

Los circuitos me ponen nervioso. Vuelve la náusea. Bendita náusea que me proteges todavía. Apago el cerebro y ahí estás, corro en círculos y ahí estás. La náusea sabe cuando no estoy yendo a ningún sitio. Conoce mi miedo, mi ansiedad y mi obsesión temporal.

Y te cruzas con todos ellos: corren, se compran zapatillas mejores, mallas deportivas, un podómetro, gafas de sol, la tarjeta Decathlon, y se comen las uñas de las manos a medida que van desgastando las de los pies. Duermen por las noches.

 
Yo no sé a dónde voy. Mi vida corre y ahora yo también, pero la náusea se sigue instaurando, más y más. Formamos una simbiosis (ah sí?). Estoy más sano, y se me consume el estómago a medida que desgasto las uñas de los pies. Mis manos son afortunadas.

Acabar en el mismo sitio me horroriza, independientemente del número de vueltas. Me horroriza el tiempo, también. No tengo miedo ni a los lugares ni a las horas, sin embargo.

La náusea es entonces ese correr mental, en el que cuando por fin me pare ya estaré demasiado lejos, demasiado tarde.
Me pregunto si busco una mano, un relevo, o un desvío que me saque de todo esto. Quizá sea todo junto. Lo más probable es que se trate del menor de mis problemas, pero desde luego, no quiero seguir indefinidamente, no quiero quedarme quieto.

viernes, 19 de julio de 2013

Lagartos de marca blanca.

Creo que tenía miedo a que el efecto 2000 me llegase con retraso, o que mi madre en algún momento encontrase una marca blanca lo suficientemente buena que me sustituyese. Desde luego me da mucho más vertigo la filosofía -materna y sempiterna- en los supermercados que en las facultades, y aunque una madre siempre compre lo mejor para los suyos, en esta casa multihijo cierto pensamiento comunista trascendió al curso normal y por ello a punto estuve alguna vez de convertirme en una versión sin lactosa de Lenin. Quiero decir, que ya no recuerdo en que sección estaba el Yo Ideal, pero desde luego dejaré de moverme en torno al Yo chuchurrío al que me acosumbraba últimamente, pan de ayer.

Me estaba quedando blanco como un producto Discount y me interesaban cosas como tomar el sol.

No, en serio (no), volviendo. ¿Y si el efecto 2000 hubiese ocurrido realmente? ¿Me apasionaría por la calceta y le pondría jerseis a todo? ¿Haría jabones artesanales en Queixeiro? ¿Mis meriendas serían queique con queso, día sí, día también?


Probablemente mi principal pasión sería ir a los caminos, encontrar un bicho, ponerme de cuclillas y mirarlo mucho tiempo -mientras está quieto por mi presencia- y esperar a que se olvide de mi, para saber como es un bicho siendo él mismo. Después irme aburriendo, sentir calambres en las rodillas, y saber que no tengo yo tanta paciencia como el bicho insinto. Seguir caminando hasta pararme delante de un escáncer, hacer lo mismo, verlo pequeño e inofensivo, y mientras cojo un palo (no era inofensivo?) preguntarme por qué de pequeño me daban tanto miedo. Tocarlo, y en cuanto ese ser lento se revuelve con furia y sale disparado fuera del camino -aterrorizado-, sentir un pequeño infarto y alejarme de allí, por si acaso, huyendo y recordando -pero sin dejar lo de huir- que los escánceres son lagartos sin patas, no son serpientes, no muerden, no tienen veneno y son completamente inofensivos.

Pero el regocijo de ese miedo infantil... ah, eso es otra historia.