miércoles, 24 de abril de 2013

El Sereno.

Se apaga la noche.

Ha llegado ese hombre curioso y callado, con paso rápido y lo ha apagado todo. Hasta la noche. Y yo me quedo patidifuso, sorprendido, turulato, atónito y extrañado. Porque este hombre no es el clásico sereno. Es un chico normal, delgado, alto pero pequeño. Quién sabe que edad. El llega, paso rápido, mirada ocupada, sensación de cerebelo a toda máquina automatizando su vida-trabajo. Y apaga la noche.

¿Como lo hace? No tengo ni la más remota idea. ¿Y como lo sé? Porque lo he visto. La sensación de ver algo desde luego es mucho más clara cuando justo a continuación te apagan lo que ya de por sí es poco visible.

Soy un ser flotando en una penumbra viscosa delante de un montón de píxeles y escuchando el sonido de las teclas. Si esta frase la leyera la última persona que vio como apagaban la noche -esto debe ocurrir cada 200 años- ya podría patalear contento de la incongruncia.

Y ahora solo espero y tengo pensamientos al azar. Primero del realismo absurdo -la vida diaria y lo grande que la hago cada día- después del olvido absurdo -lo grande que hago las cosas para después hacer aun más grande el hecho de olvidarlas-, seguido del aferramiento absurdo -lo grande que se hace el propósito mental de anotar y guardar y mantener todo lo que va ocurriendo- y finalmente el absurdo absurdo -lo grande que se ve el tiempo tras la rendición a que lo pasado no vuelve, y anotado o no, o recordado un millón de veces, se desvanecerá de un momento a otro, cuando apaguen la noche-

Entonces me iré con paso rápido, el cerebelo encendido y quien sabe que edad.