viernes, 11 de octubre de 2013

La maldición de la paz y otras sumisiones.




La época en que cantaba todo el día, sin parar. Todo el día cantando. Sin parar. Un día dijeron que parara y paré.

La época en que aprendí a silbar, y lo hacía sin parar. Todo el día silbando. Recuerdo el dolor de labios antes de ir a dormir. Todo el día silbando, sin parar. Un día dijeron que parara y paré.

La época en que, tras parar de hacer muchas cosas, todo era hablar, hablar y hablar. Parlotear con entusiasmo. Un día dijeron que parara y paré.

Paré de emitir sonidos hacia el mundo. Hacia fuera todo era silencio. Empecé entonces a hacer ruido por dentro (¿O ese ruido ya estaba allí? Estaba allí.) El ruido cavó sus propias rutas. Las cuerdas vocales escaparon por la subclavia y la voz empezó a salir de mis manos –pura sinestesia- . Silenciosa. ¿Alguna vez visteis una mano cantando? Mis manos silbaban, parloteaban con entusiasmo.

En esa época perdí la capacidad de gritar. No se gritar. Es verdad. Porque parte de mi sistema cambió de sitio. De tanto silencio, mi voz se volvió grave, la gravedad del no hacer nada que me pudiera hacer sentir sumiso de mi obediencia. La vida secreta del silencio. La (a)callada libertad. 

Tiempo: Volver a cantar, un poco. A silbar, un poco. A hablar, también un poco. Es lo que hace la gente, de todo un poco. Volver un poco. (A qué). 

¿Mi silencio era mío? Mi silencio era mío.

No. Aunque tardó bastante (o muy poco). Algo (¿alguien?) me dijo que no podía seguir estando en silencio (sin parar). Y paré el silencio. Empecé a hablar, poco a poco, a coger carrerilla (sin entusiasmo). Aprendí a soltar un discurso constante, fluido, gracioso, aburrido. La comodidad mundana. Un discurso que bebía directamente del mundo de las manos silenciosas. Las manos silenciosas dejaron de emitir su ruido silencioso.

En algún momento de ayer lo entendí; las manos se están quedando secas. Hablo, hablo, hablo y estoy bebiendo todo lo que no quiero para evitar la afonía. De pronto me callo, y ya no entiendo el silencio. Qué raro. 

No sé ni hablar ni callar. 

No sé decir que sí ni decir que no.

Lo que siempre he hecho hasta ahora es obedecer(me/te/le) todo el rato. Sin parar.

Y paré. Recuerdo el dolor de labios antes de ir a dormir.

Paré.

Miro a mis manos (espero), a ver si dicen algo (espero).