jueves, 11 de septiembre de 2014

En el último trago.

Acaba de entrar Chavela Vargas en la habitación; con sus gafas de sol tapando los ojos de paloma negra, su pelo recogido, y su poca altura disimulada en un rebozo rojo con motivos geométricos negros y bláncos. Sí, se que esta muerta, pero aquí abrieron la puerta y era la bendita señora con la presencia de una tormenta local, sin áura ni lucecitas. Persona-persona.



"¿Que estás haciendo caraja? ¿No te diluiste ya bastante de tanto esperar? Espabílate mijo, que te vas al matadero".

Y tal como entró se fue.

jueves, 17 de abril de 2014

Cielo, tejados, lengua, saliva y chimeneas.



Es una mezcla de todos los tejados, cielos y chimeneas que ha visto.



Así lo definieron una vez.

Abre la carpeta, y guarda otro tejado, con otro cielo, con otra chimenea. Carpetas: eso es el cerebro. No cree en la metáfora del ordenador que propuso Black en 1961, ni que lo mineral e inerte pueda llegar al alcance de lo orgánico. Lo que sabe es que su cerebro hace un tête à tête con el mundo que se manifiesta en forma de carpetas, de cajones, de cajas. Se van formando compartimentos que él, como cualquiera, puede elegir mantener en forma de idea o en forma física:

- Tejados: Guarda tejados y cielos, que es su nueva obsesión. Después se olvida.
- Ciudades: Dibuja ciudades con distintas perspectivas, en báse a  la sociedad y cultura que las moldea, las hipertrofia, las caricaturiza y les da cara a sus verdaderos skylines. Después se olvida.
- Personas, convierte a una mujer en exprimidor y espera paciente a que llegue el día en que a otra se le salgan las neuronas y el mundo las convierta en luces de navidad. Las neuronas sueltas dan asquete: mujeres y estereotipos. Después se olvida.
- Carreteras, ríos, vías del tren, raíces, puentes, y la eterna lucha por hacerse paso. Despues se olvida.
- Su vida: Trata de escribir todo lo que ocurre en las buenas épocas o en los buenos días. O en los malos. Después también se olvida. Esta especialmente es la que menos interés tiene en volver a revisar. Está sesgada.
- Canciones: Acumula, reune, y trata de relacionar por algún criterio extraño (colores) la música que despierta la sinestesia adecuada. Aquí no se olvida demasiado (y quizá por eso le importa menos).
- Sed de conocimiento, inutilidad humana que, sin servirle para nada le gusta recordar: La relación entre Fernando el Católico, el nudo Gordiano y Alejandro Magno. La existencia de un Paris en Texas desde el que Natasha Kinski puede plantearse visitar la formación de tipo fiordo más al sur de Europa na Serra de Xurés.
- Su basurilla: Un collage de mapas de ciudades, tickets de transportes, hojas desecadas, cartones publicitarios, que anduvieron con él de aqui para allí.
- Libros. No vuelve a releer nada nunca, pero meticulosamente marca las páginas que llevan el fenómeno de la identificación del lector a su máximo goce. Después, evidentemente, se olvida.

Una forma tangible de sí mismo, sin orden establecido, sin razón específica, sin definición precisa.

Soy-un-ser-vivo. Dice la lengua húmeda en contacto con los dientes. Entra el sol por la ventana, la cortina está anudada y el sonido de una moto de gran cilindrada se aleja por la nacional VI. ¿A dónde irás?

miércoles, 16 de abril de 2014

Amplitud.

Fragmento de conversación que no me esperaba encontrar en un paseo por el monte, de dos viejiños que hablaban a un lado de la carretera de Lambre.



domingo, 9 de marzo de 2014

La ley de la profundidad.

De vuelta a la luz, y en el olor de un aire más seco e increiblemente limpido tras tres meses de lavado, me enseña esta época la ley de la profundidad de las plantas, y buceo como tinta china entre lo órgánico de un papel de 200 gramos y el agua que depositan los suaves pelos de camello. 



La Ley de la Profundidad fue una ecuación propuesta por un señor inglés hace 50 años. Desde entonces, jóvenes universitarios de todo el mundo la han estudiado llegando a la conclusión de que es un constructo teórico de ninguna utilidad.  Los propios profesores no acaban de saber muy bien por qué se sigue enseñando, pero un extraño sentir les obliga a hacerlo. Al fin y al cabo nadie la ha rebatido. ¿Pero para qué sirve pasar por todo el proceso si todos llegan finalmente a la misma conclusión? 

(La misma conclusión. Espérense, ¿no son las matemáticas unas ciencias exáctas?). 

Cuando este hombre tomaba su té y escribía entre la diversión y la dispersión su ecuación, no pensaba más que en la proporción  de tamaño que debería haber entre la parte externa del naranjo de su huerta y la parte subterránea que nunca había logrado ver, pero que sabía él bien, era inmensa. Se preguntaba como aplicar esta proporción a algún constructo humano. La estatura, el área total ocupada por la piel... ¿respecto a qué? Así surgió la Ley de la Profundidad, de la que solo tenemos la ecuación y una historia incompleta.

Vuelta a la Quintana, fin de las pruebas absurdas, apostarlo todo a los nervios sensoriales y volver a confiar en que, quien labra su tierra a base de bien confía sus raices al tiempo atmosférico, y a nada más.
Bajo tierra, todo se extiende, y el miedo a ser arrancado debería convertirse en un sustantivo, una preposición, y una construcción verbal.

Si algo me arrastra a lo más profundo, que sea una plumilla de la librería de las 5 calles.

jueves, 6 de marzo de 2014

Nervios. Sol. Nervios. Sol. Nervios. Sol.

Me siento raro. Nervioso. Como si me hubiesen desplazado un poco el corazón hacia el centro y me reafirmase que no está en su sitio. Como la sensación de los días en que uno está enamorado y un pedazo de su caja torácica pende de un hilo conectado a la luz del día. Pero sin la ceguera cardio-endorfínica.

Desperté. El sueño de esta noche fue reparador, y no sólo eso, fue ultraconsciente. Antes de dormir pensé, en medio del tacto -humano y textil- que ahí estaba(mos), que el cansancio solo se debía a dos horas de sueño y que ojalá, con tantos propiciantes a dormir como nunca (9 horas por delante), ojalá, pudiera vivir todas esas horas de sueño sin que cerrar los ojos se convierta en una despedida más.

Y así fue. Dormí como nunca y la noche fue larguísima. Viví e el duermevela propio de una ansiedad cansina, pero lo único que hacía era sanarme. Noté sábanas, brazos, abrazos y contacto. Las horas no tienen ninguna velocidad, solo tienen su sustancia.

Me desperté descansado, como ya dije, reparado. Hice todo con calma. Todo. Caminé con calma. Hoy es el primer día en 3 meses que sale el sol sin miedo a equivocarse. Me paré.

Una persona cruza esta ciudad en 15 minutos. Un fotón de luz solar llega en 8 segundos a la tierra.

Me puse nervioso. Ahi siguen los nervios, dentro de mí, ¿qué son? ¿Qué fue todo este tiempo? ¿Qué problemas? No lo entiendo. Tengo mucho por hacer, pero lo veo paso por paso. Ganas por ganas. Me veo más vulnerable. Llena todos esos huecos, satisface, cumple, responsabilizate. También me veo más serio, más aburrido. Pero ya está. Todo por pasos. Todo vendrá. Estoy nervioso. Ah. Estoy nervioso. ¿Ya no me queda ingenio? Todo vendrá. Lo sé por los nervios que no salen de mi, que me dicen que aun no estoy en edad de acomodar. Qué dificil, que ganas, que miedo, que nervios, que bien, que mal, que suerte tengo.

lunes, 3 de marzo de 2014

Te-ne-ré


Transcurren los días en un desierto de palabras.

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Suenan mientras tanto las ramas del Teneré con un zumbido metálico. Esperan a que vuelvas a marcar en algún lugar el paso del tiempo, recordándote que va a ser eso a lo único que te puedas aferrar. No habrá rastro ninguno allí de los seres humanos que pasaron -o pararon- más o menos tiempo a la sombra de tan ínfimo faro, que tanto se puede mitificar en su curioso título de ser más solitario del mundo. Pero ni ya es ser, ni uno puede sacar más de él que unas horas de contemplación. Así fui yo.

Si me seco, no me sustituyas por un objeto.

domingo, 2 de febrero de 2014

El niño fisiológico.

La autoconsciencia fisiológica: ser capaz de utilizar los sentidos sobre uno mismo. 
Dentro de sí. Físico.
Busca uno toda su existencia entenderse a sí mismo, sus pensamientos e incongruencias, y dudo que, salvo alguna base de engaño en la dicotomía que va del simplismo a la genialidad, nadie lo haya conseguido, pero no lo sé. ¿Pesimismo? ¿Derrotismo? Eso son pensamientos, y hoy, los rechazo de pleno.

Físico. Físico.

Uno jamás va a entender completamente al prójimo porque uno jamás se va a entender completamente a sí mismo. ¿Pero quién quiere entrar en eso? ¿Quién quiere ahogarse en eso?


La autoconsciencia fisiológica; el cuento.
Es la historia de un niño. A sus 8 años y lleno de la curiosidad de quién por fin puede moverse ágilmente por el mundo, fue devorado por relatos infantiles de otros niños más ávidos y ('mal')intencionados. Es una historia mil veces repetida; fuese por brujas, extraterrestres o maldiciones de ancianas, o quizá la casa (no) encantada de un vecino con un jardín mal atendido y una fachada un algo descuidada. El niño se hizo consciente; le enseñaron el miedo. Del silencio cabeza-almohada poco quedaba y una amenaza latente vivía con él. La noche distraída se hacía viscosa y de plomo. Quién lo entendiese. Quién lo consolase.


Descubrió al poco tiempo por mero ensayo y error, que escondiéndose bajo Las Sábanas hallaba cierta suerte de refugio. Otra historia mil veces repetida. Encontraba en una fina capa de algodón el alivio que ni tan si quiera su padre (¡su padre!) le daba con sus palabras. La noche seguía pesando sobre esa capa y notaba su peso sobre ella. Por encima de ella. Y eso ya ayudaba.

De esas noches hubo muchas y en muchas de ellas excavó el niño lo que llamaba La Cueva: un salvoconducto de respiración entre su guarida y la noche. A menudo siente el eterno refugiado que el aire se le hace insuficiente, o cargado, o pesado, y valoraba ya por aquel entonces por encima del miedo, la necesidad del aire fresco.

Si la casa quedaba solitaria y no rondaban adultos despiertos con su halo espanta-cuentos, el miedo también se hacía algo diurno; no poder confiar en la luz del día lo pone todo patas arriba. Aprendió entonces el niño, pensando en Las Sábanas, que El Armario de su cuarto era un fuerte resistente. Allí dentro no exigía, y las horas respondían pasando con celeridad. Aunque afuera hubiera luz y dentro no, la oscuridad no daba miedo, pues si algo tan escurridizo y viajero no podía entrar, mucho menos podrían hacerlo sus miedos. Nadie. Nada. La negrura sumía en la no existencia al niño, a sus abrigos, a sus zapatos, a sus camisas. Él lo entendía de una forma más simple.

Por ser de día no dormía; por no haber nadie, de fuera nada escuchaba, y por sentirse seguro nada pensaba. Sin plena consciencia se sumergía en la hipnosis respiratoria, el latido del corazón, su empuje ligero contra sus costillas, sus propias costillas, la piel resbalando sobre ellas, el vaho humedeciendo las paredes del armario, el brazo rozando su abrigo de plumas, la cabeza apoyada sobre el armario, la piel empujando al cráneo, el sonido mojado de los parpadeos, espasmos de lengua, espasmos de vasos sanguíneos, nervios sinaptando. Probablemente pasaban tantas horas que alguna vez oía sus huesos crecer.


Creció el niño más que los cuentacuentos y las historias malintencionadas, y la cabeza, quién sabe cuándo, dormía ya muchas veces fuera de las sábanas, y los pensamientos, quién sabe cómo, ya estaban para entonces desplazados por quién sabe qué. Paulatinamente los refugios van desapareciendo con los miedos, y en este nuevo (y valiente) momento este joven (el niño es joven, pero el joven no es niño), no puede dormir. Aprende la palabra Insomnio y la suma a su pensamiento. ¿Y qué es? ¿Y por qué? Es un no dormir sin modales que viene y se va cuando quiere. Recuerda los tiempos de las brujas y los miedos, de como acongojado por el miedo se agotaba pronto e, hipnotizado por el ruido de su respiración contra Las Sábanas, enseguida se rendía al sueño. Ya no significan: las sábanas y el armario.

Establecido en lo adulto (un joven puede ser adulto, pero un adulto no puede ser un joven), eran ahora otros muchos pensamientos los que desplazaban la mera incomprensión sobre 'no dormir'. El Insomnio no era un hecho o un pensamiento en sí, era la viscosidad de la noche que ya no tenía la concreción de los cuentos de niños, y ningún refugio de sábanas (en el no dormir todo se intenta) tiene nada que ver con él. La noche pesaba, se alargaba como un chicle y se le quedaba pegada a los ojos, unos días sí, otros no.

El adulto, los pensamientos, y la noche (o el día). Otra historia mil veces repetida.

Una noche más, (ya lo dijimos, en el no dormir todo se intenta), este adulto se encontró frente al armario de su antigua habitación infantil. El adulto bucea en recuerdos casi con tanta ilusión como el niño en futuros y deseos. Rebuscando y recordando, se vio repentinamente dentro del armario, y como un shock repentino, recordó, muy vagamente, que allí pasaba horas y horas sin saber muy bien porqué. La idea se le hizo deliciosa por hacerle sentirse niño. Encerrarse en un armario porque sí, por la gracia. Se encerró allí el adulto y esperó, lleno de emoción. El corazón se aceleró y se le encogió mientras a duras penas se hacía sitio en el armario y cerraba la puerta. Los olores le llenaron de recuerdos, se le humedecieron los ojos. Mientras se acomodaba todos aquellos viejos abrigos hacían ruido contra sus orejas.

Esperó. No había ruido fuera, no entraba luz, no había miedos. Esperó. Pronto empezó a inquietarse, como a la espera de que algo más ocurriese. Después comenzó a aburrirse. Pensó en que tendría que dormir. Algo le decía que debía permanecer más allí, que así entendería algo, una doble lectura. Allí había pasado algo importante. Esperó.

Pero.

Pero.

Salió. Estaba un poco decepcionado.




La autonconsciencia fisiológica. La pregunta.
Escuchamos más a nuestros pensamientos que a nuestro cuerpo. Sobre los primeros creemos tener dominio, sobre el segundo, lo dejamos ir a lo suyo. Al final dominamos más al segundo de lo que creemos controlar al primero.

El pensamiento y el cuerpo es lo mismo.
¿El pensamiento y el cuerpo es lo mismo?



Otra historia mil veces repetida.