martes, 19 de julio de 2011

Efecto halo (-cinógeno).


''Vivir en una burbuja implica estarse muy, muy quieto. Aún siendo así, el miedo a romperla es inherente e insoportable. ''



Ocurre una cosa. A veces resulta que te gusta algo, mucho. Es algo que, por una determinada razón, no está a tu alcance, al menos inmediato. Sin embargo está lo suficientemente a mano para recordarte que te encanta. Como si no te acordaras ya lo suficiente de ello.

Evidentemente eso hace que te guste, si cabe, más.

Cuando llega el momento de contacto, todo está bien (pudiera estar mejor, lo sabes).

El problema de que te guste algo mucho, algo efímero, distante, alejado, cíclico, pero todavía no platónico, es que lo demás se vuelve insípido. Y el sin sabor del día a día resalta incluso más lo idealizado de lo primero.

Los ciclos o los rompes, o te explotan en la cara.

''Plop. – Respondió la burbuja''


lunes, 18 de julio de 2011

Azul, blanco, rojo.

Esa noche los muebles se retiraron a las habitaciones, y las paredes del salón, viejo pero amplio, se recubrieron con sábanas blancas, tras las que se colocaron algunas luces, blancas y azules. Como única decoración, un pequeño robot de latón colgado de la bombilla del techo, roja.

‘’Fiesta Crystal Castles. De 1 a.m. hasta que se acabe la música. ’’ Ni una palabra más.

A la 1 a.m. el salón está abarrotado. Casi todos se acercan en pequeños grupos, pero entre el volumen y el ambiente la gente acaba dispersa en un estado enérgico-amnésico de melopea mental-musical. Él, nuestro protagonista, al que llamaremos Anónimo, entra ligeramente borracho y moderadamente tímido en el piso a la 1:13 a.m. Pasa, pasa, por ahí. ¿Por ahí? Sí, sigue la música. Vale. Por fin, entra a través de la cortina que cubre la puerta del salón. La timidez de Anónimo se dispersa con Untrust Us y al sonar Empathy se deja ir. Su mente entra en blanco, en azul y en rojo, y se mueve con cada uno de estos colores. Movimiento y roces.

Hace mucho calor y las sábanas condensan cualquier intento de corriente. Anónimo todavía tarda unas cuantas canciones en darse cuenta.  Casi todos sudan, bailan. Por un segundo vuelve a pensar, se da cuenta de que su cuerpo arde, rozando lo febril. Exactamente en el momento que empieza Suffocation y se abandona a un vaivén enfermizo. Tiene la lengua de trapo, pegada al paladar, seco. Alguien, qué más da quien, le ofrece un vaso y bebe. Y baila. Y bebe. Todos lo hacen. Y bebe el baile. Todos arden. Todos lo hacen.

Se siente vivo y muerto al mismo tiempo, unido al mundo y completamente a parte de este, volando en una nube indefinible que parece que nunca vaya a acabar. La música se apaga, alguna luz también, se escuchan de nuevo, fugazmente, algunas voces y portazos, pasos y finalmente ecos. Oídos en stand by. Fin.

Tiempo después llega el silencio a la consciencia de Anónimo, al que todavía acompaña el eco de Violent Dreams, y que vive un estado de vigilia semicomatoso desde Suffocation.  El mundo real retorna poco a poco a sus neuronas. Qué hora será, piensa, asqueándose al notar el sabor de su respiración en la boca. Sentado, observa su alrededor, sorprendido de estar el solo en aquella habitación tan extraña, tan vacía; blanca, azul y un poco roja.

Trata de incorporarse, haciéndolo con un dolor vago, general. No hay nadie, pero siente una extraña necesidad de salir de allí de inmediato. Quizás está volviendo la timidez. No, es algo malo, mucho peor, se dice.

Desorientado, se levanta tambaleándose; la cabeza le da vueltas. Ve como las firmas y palabras que la gente escribió sobre las sábanas dan vueltas y se emborronan. No me falles cabeza. Sujetándose en una de las telas, vuelve a lo que parece la normalidad; trata de localizar la salida, que no termina de ver.
Otro mareo. Prueba a tantear a través de las sábanas, dando continuamente con la pared. El sudor frío atrapa el flequillo en su frente y cientos de pequeñas moscas invaden la periferia de su visión. Otro puto mareo, me tengo que sentar, se dice en alto. A duras penas se deja caer, y se queda mirando al techo, viendo vagamente el destello rojo de la bombilla. Su respiración se vuelve el centro del universo.

Pasa un tiempo, indefinidamente eterno. Suficiente para preocuparlo. Empieza a ver de nuevo, del centro a la periferia. Distingue la tenue bombilla roja. Pestañea. Ve al robot. Pestañea. Ve al robot colgado de la lámpara. Pestañea, dándose cuenta de que ni se había fijado en él. ¡Parece que este ahorcado joder! Ve al robot sonriendo. Pestañea. Ve al robot sonriendo más. Pestañea y se sacude la cabeza. Ve al robot, que no sonríe, con su boca cuadrada. Aprieta bien los ojos a la vez que un  escalofrío le sube por la espalda; lo espabila y se levanta de nuevo. Se tambalea. Se acerca a las sábanas y vuelve a tocar pared, y pared, y pared. De vez en cuando siente la necesidad de mirar detrás de él. Cree que algo no va bien.

Tantea las sábanas largo rato sin éxito, empezando a pensar que ya ha dado un par de vueltas a la misma habitación. Empieza a sudar de nuevo, se angustia. La tela se aparta, por fin. Mira hacia atrás, y nota que el robot ya no está enganchado en la bombilla. Se asusta y corre antes  de mirar hacia adelante, y choca con la pared. Anónimo cae.

Tirado en el suelo palpa de nuevo el punto donde chocó. La salida, susurra. Se vuelve de golpe hacia la bombilla, y ve de nuevo al robot colgando, con su cara inerte. Relájate cabeza. Relaja. Se sienta y aprieta los muslos con las manos, tratando de respirar hondo. Inspira. La luz azul ilumina su cara, completamente empapada en sudor. Anónimo tiembla febril y a penas se da cuenta. Empieza a relajarse. Los parpados se acompasan con los pulmones, y pesan.

Suena, sin previo aviso, I’m made of Chalk. Anónimo se asusta y se marea. Pierde la consciencia. Sueña que está en esa misma habitación, que el robot le sonríe, a pesar de que trate de pestañear con todas su fuerzas. Intenta salir, mira para atrás y el robot no está en el techo. Corre y choca contra la pared. Taquicardia. No ve nada, pero nota que algo se le acerca. Le duelen los ojos. Le arden, todos es blanco, azul y rojo. Despierta sobresaltado, la canción sigue sonando.  Blanco, azul y rojo.

Anónimo trata de levantarse, pero no tiene fuerzas. Mira al robot con verdadera certeza de que algo va a ocurrir. Alcanza un rotulador permanente que hay tirado a su lado. Escribe en el suelo. ‘’Es el robot. Los ojos. ‘’ Mira a las dos pequeñas bombillas que tiene por ojos. Rojos. Pestañea y lo ve sonriendo como antes. Mantiene la mirada, sin pestañear. Definitivamente está sonriendo. Pestañea de nuevo, sigue sonriendo. La canción termina.

Se escucha ruido de llaves, a lo lejos. También se oyen unas voces. Alguien entra. Dos personas. Anónimo intenta decir algo, pero tiene la boca pastosa, y en vez de palabras una gran náusea le recorre la garganta. ‘’Estoy muerto. ’’ Escucha a lo lejos. Después pasos, ruidos, grifos, puertas, pasos, puertas de nuevo, y silencio. Anónimo vuelve la vista al robot. Se apagan las luces.

Al medio día, retiran las sábanas de las paredes del salón, que van directas al contenedor. Alguno de los encargados de devolver el orden al piso lee con fastidio las palabras en el suelo. Extrañado, mira a la lámpara y descuelga al robot, tirándolo dentro de una caja, con su cara inerte y su boca cuadrada.