La
autoconsciencia fisiológica:
ser capaz de utilizar los sentidos sobre uno mismo.
Dentro de sí. Físico.
Dentro de sí. Físico.
Busca
uno toda su existencia entenderse a sí mismo, sus pensamientos e
incongruencias, y dudo que, salvo alguna base de engaño en la
dicotomía que va del simplismo a la genialidad, nadie lo haya
conseguido, pero no lo sé. ¿Pesimismo? ¿Derrotismo? Eso son
pensamientos, y hoy, los rechazo de pleno.
Físico.
Físico.
Uno
jamás va a entender completamente al prójimo porque uno jamás se
va a entender completamente a sí mismo. ¿Pero quién
quiere entrar en eso? ¿Quién quiere ahogarse en eso?
La
autoconsciencia fisiológica; el cuento.
Es
la historia de un niño. A sus 8 años y lleno de la curiosidad de
quién por fin puede moverse ágilmente por el mundo, fue devorado
por relatos infantiles de otros niños más ávidos y
('mal')intencionados. Es una historia mil veces repetida; fuese por
brujas, extraterrestres o maldiciones de ancianas, o quizá la casa
(no) encantada de un vecino con un jardín mal atendido y una fachada
un algo descuidada. El niño se hizo consciente; le enseñaron el
miedo. Del silencio cabeza-almohada poco quedaba y una amenaza
latente vivía con él. La noche distraída se hacía viscosa y de
plomo. Quién lo entendiese. Quién lo consolase.
Descubrió
al poco tiempo por mero ensayo y error, que escondiéndose bajo Las
Sábanas hallaba cierta suerte de refugio. Otra
historia mil veces repetida. Encontraba en una fina capa de algodón
el alivio que ni tan si quiera su padre (¡su padre!) le daba con sus
palabras. La noche seguía pesando sobre esa capa y notaba su peso
sobre ella. Por encima de ella. Y eso ya ayudaba.
De
esas noches hubo muchas y en muchas de ellas excavó el niño lo que
llamaba La Cueva: un salvoconducto de respiración
entre su guarida y la noche. A menudo siente el eterno refugiado que
el aire se le hace insuficiente, o cargado, o pesado, y valoraba ya
por aquel entonces por encima del miedo, la necesidad del aire
fresco.
Si
la casa quedaba solitaria y no rondaban adultos despiertos con su
halo espanta-cuentos, el miedo también se hacía algo
diurno; no poder confiar en la luz del día lo pone todo patas
arriba. Aprendió entonces el niño, pensando en Las Sábanas, que El
Armario de su cuarto era un fuerte resistente. Allí dentro no
exigía, y las horas respondían pasando con celeridad. Aunque afuera
hubiera luz y dentro no, la oscuridad no daba miedo, pues si algo tan
escurridizo y viajero no podía entrar, mucho menos podrían hacerlo
sus miedos. Nadie. Nada. La negrura sumía en la no existencia al
niño, a sus abrigos, a sus zapatos, a sus camisas. Él lo entendía
de una forma más simple.
Por
ser de día no dormía; por no haber nadie, de fuera nada escuchaba,
y por sentirse seguro nada pensaba. Sin plena
consciencia se sumergía en la hipnosis respiratoria, el latido del
corazón, su empuje ligero contra sus costillas, sus propias
costillas, la piel resbalando sobre ellas, el vaho humedeciendo las
paredes del armario, el brazo rozando su abrigo de plumas, la cabeza
apoyada sobre el armario, la piel empujando al cráneo, el sonido
mojado de los parpadeos, espasmos de lengua, espasmos de vasos
sanguíneos, nervios sinaptando. Probablemente pasaban tantas horas
que alguna vez oía sus huesos crecer.
Creció
el niño más que los cuentacuentos y las historias malintencionadas,
y la cabeza, quién sabe cuándo, dormía ya muchas
veces fuera de las sábanas, y los pensamientos, quién sabe cómo,
ya estaban para entonces desplazados por quién sabe qué.
Paulatinamente los refugios van desapareciendo con los miedos, y en
este nuevo (y valiente) momento este joven (el niño es joven, pero
el joven no es niño), no puede dormir. Aprende la palabra Insomnio y
la suma a su pensamiento. ¿Y qué es? ¿Y por qué? Es un no dormir
sin modales que viene y se va cuando quiere. Recuerda los tiempos de
las brujas y los miedos, de como acongojado por el miedo se agotaba
pronto e, hipnotizado por el ruido de su respiración contra Las
Sábanas, enseguida se rendía al sueño. Ya no significan: las
sábanas y el armario.
Establecido
en lo adulto (un joven puede ser adulto, pero un adulto no puede ser
un joven), eran ahora otros muchos pensamientos los que
desplazaban la mera incomprensión sobre 'no dormir'. El Insomnio no
era un hecho o un pensamiento en sí, era la viscosidad de la noche
que ya no tenía la concreción de los cuentos de niños, y ningún
refugio de sábanas (en el no dormir todo se intenta) tiene nada que
ver con él. La noche pesaba, se alargaba como un chicle y se le
quedaba pegada a los ojos, unos días sí, otros no.
El
adulto, los pensamientos, y la noche (o el día). Otra historia mil
veces repetida.
Una
noche más, (ya
lo dijimos, en el no dormir todo se intenta), este adulto se encontró
frente al armario de su antigua habitación infantil. El adulto bucea
en recuerdos casi con tanta ilusión como el niño en futuros y
deseos. Rebuscando y recordando, se vio repentinamente dentro del
armario, y como un shock repentino, recordó, muy vagamente, que allí
pasaba horas y horas sin saber muy bien porqué. La idea se le hizo
deliciosa por hacerle sentirse niño. Encerrarse en un armario porque
sí, por la gracia. Se encerró allí el adulto y esperó, lleno de
emoción. El corazón se aceleró y se le encogió mientras a duras
penas se hacía sitio en el armario y cerraba la puerta. Los olores
le llenaron de recuerdos, se le humedecieron los ojos. Mientras se
acomodaba todos aquellos viejos abrigos hacían ruido contra sus
orejas.
Esperó.
No había ruido fuera, no entraba luz, no había miedos. Esperó.
Pronto empezó a inquietarse, como a la espera de que algo más
ocurriese. Después comenzó a aburrirse. Pensó en que tendría que
dormir. Algo le decía que debía permanecer más allí, que así
entendería algo, una doble lectura. Allí había pasado algo
importante. Esperó.
Pero.
Pero.
Salió.
Estaba un poco decepcionado.
La
autonconsciencia fisiológica. La pregunta.
Escuchamos más a
nuestros pensamientos que a nuestro cuerpo. Sobre los primeros
creemos tener dominio, sobre el segundo, lo dejamos ir a lo suyo. Al
final dominamos más al segundo de lo que creemos controlar al
primero.
El pensamiento y
el cuerpo es lo mismo.
¿El pensamiento y el cuerpo es lo mismo?
¿El pensamiento y el cuerpo es lo mismo?
Otra historia mil
veces repetida.
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