domingo, 9 de octubre de 2011

La desesperante dipsomanía de la lágrima.


Ayer me dormí tan feliz que el despertar de hoy no me supo a nada.

Hace mucho que aprendí que no se puede parar el tiempo y lo mejor que puedo hacer mientras tanto es paladear al máximo los instantes en donde se presentan verdaderas sensaciones. El Carpe Diem suena a concepto sobado; ya no sirve con bajar las persianas y cerrar las puertas para vivir en el engaño de la noche cuando nos rodea el día.  La madrugada empieza sabiéndose el momento en que va a terminar, y todo lo que hay en medio puede ser tan intenso como nosotros queramos, pero no más largo ni más corto. Lo único que podemos alterar es su recuerdo.

Ya van tantas noches para el olvido que me pregunto si todavía no he empezado a vivir.

Y probablemente haya vivido ya mucho, pero de lejos admito que no lo suficiente. Tengo sed de vida y se me pega la lengua al paladar por las mañanas. Me arde la garganta por no expresar ni la octava parte de lo que quisiera y creo que mi otitis y su constante recidiva se basan en escuchar penas y desgracias demasiado a menudo y sólo en forma de palabras. Palabras, palabras y palabras.

Me miro al espejo y este me mira a los ojos, me difumino por dentro y no creo que ese sea yo.

Ese es el yo que todos los demás ven, aquel al que a veces me da curiosidad ver, pero que jamás podré captar, y que no se hasta que punto se diferencia del que yo conozco. Mientras tanto, espero con ansias beber unas lágrimas verdaderas. Resguardadas. Uno de esos tesoros escondidos en el corazón congelado de alguien que ha perdido la mitad de su voz. Que ya no usa determinadas palabras. También quiero beber lágrimas de pura felicidad. Dejar esta miopía reseca y empezar a ver desde la parte trasera de una emoción, con una lente de agua con sal. Poder tragar por fin sin sentir los arañazos fríos del metal acumulado en mi saliva.

Llorar ante el concepto de que uno más uno a veces es mucho más que dos. Entonces no temeré a los finales ni a las horas, no recurriré a los bunkers de persianas ni camuflaré el dolor del sinsabor del mundo con un masticable de lizipaina. Desaprender a sumar para que el mundo me deje de dar sueño. A mi, que siempre he sufrido de insomnio.