viernes, 29 de abril de 2011

Frío


Todavía recuerdo el espanto de aquella noche. Había llegado a Varsovia dos días antes, y me alojaba en una pequeña pensión situada en un ‘’barrio trasero’’: Oscuro, apartado pero tranquilo. Sin embargo no me atrevía a bajar de mi cuarto más allá de las diez de la noche.
Con la única compañía del insomnio, alimentado por la nueva cama, el nuevo clima y el cumulo de diferencias de esta nueva etapa, había empujado la pequeña cómoda de contrachapado a enfrente del balcón, y por segunda noche consecutiva me sentaba cual indio sobre ella, observando la nada de la calle, que de alguna extraña manera me sobrecogía.

Hacía un frío de mil demonios, de eso no hay duda. De vez en cuando tenía que abrir una pequeña mirilla en la condensación de los cristales, y fue al abrir una de estas cuando vi una figura irrumpir en aquel escenario vacío.

Parecía una mujer muy vieja, una anciana que ya había visto a la tarde sentada en el suelo, mirando para un banco con cara inexpresiva, como si repudiara de él. Había permanecido allí hasta ahora, y estaba tan quieta que me había olvidado de su presencia.

Pero ahora se movía, seguramente a causa del frío. Recorría la calle en zig-zag, recogiendo como una autómata algún que otro cartón, aquí, restos de un palé en una pequeña obra, unos carteles pegados en el muro de una casa abandonada. Los iba recogiendo de uno en uno, con gesto de hormiga, y los acumulaba al lado del banco. Arrancaba un poster, lo dejaba, volvía, arrancaba otro. Me preguntaba por qué no cogía más a la vez. Lo mismo con los cartones de la calle.

No entendía por qué lo hacía así. Estaba claro que estaba preparando una hoguera, y sus movimientos temblosos y lentos parecían indicar que la anciana a penas podía soportar ya el frío de la madrugada. Quizá hacía más viajes para espabilar el cuerpo, y aprovechar más el calor. Supongo que me equivocaba.
Pasó recogiendo papeles quien sabe que eternidad. Había dejado la calle limpia, y tenía una montaña de restos que podrían arder casi toda la noche. Sin embargo ella seguía buscando donde ya no había.
Estaba tan absorto en sus movimientos que no sabría decir cuanto tiempo pasaba. Tenían algo que me fascinaba, que no acababa de comprender. Cuando paró, cuando se sentó de nuevo en el suelo, con el banco a un lado y el montón de papeles al otro, dejó de ser una vez más personaje para convertirse en escenario. Si un nuevo espectador se sentara en el balcón de al lado, vería una calle oscura, apartada y tranquila.

Pero yo podía verla. Quieta junto a su hogera apagada, mirando para ella resignada, con la mirada vacía. A veces tenía la sensación de notar sus temblores, pero no podría asegurarlo. Lo que sé es que el simple hecho de verla me helaba la sangre.

En algún momento, me dormí, o eso creo, porque perdí totalmente la noción el tiempo, y al recuperarla el sol de la mañana me daba en la cara. En sueños, volvía a verla a ella, desde el mismo balcón. Entre sus manos se encendía una pequeña llama, y se volvía a apagar. Así una y otra vez, todo el sueño. Sin llegar a encender nunca la hoguera.

Al volver en mi, busqué rápidamente a la vieja en la calle, que ahora aparecía menos sombría y con más movimiento. Apartando los cartones vi a dos policías.

Cuando bajé ya se había formado un pequeño corro alrededor. Tras preguntar varias veces intentando encontrar a alguien que hablara inglés, un hombre gordo y rosado me lo dijo. La habían encontrado muerta los basureros, hace unas horas. Al parecer llevaba, por lo menos, dos días muerta. De hipotermia.


The_lady_and_the_tramp_by_acidmaker

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