domingo, 29 de septiembre de 2013

La somatización del vértigo rojo.


Estaba frente al espejo, por la noche, investigando su cuerpo desnudo como solía hacer desde hacía años cuando el avance de la madrugada se lo iba tragando poco a poco. Se llaman las horas débiles. En estas, acudía desesperado a su reflejo, con la esperanza de que al transgredir la extraña prohibición interna de verse en su débil desnudez ante el mundo, este mismo no terminara de tragárselo. ''Me rindo, todavía no me comas''

Y ahí estaba; encerrado en el cuarto de baño, iluminado por una luz fría de 630 lúmenes que disimulaba ese extraño fenómeno que sucedía desde hacía meses y que desviaba toda su atención; se estaba volviendo pelirrojo.

 Esa misma tarde, incluso su abuela lo había notado a través del filtro de la presbicia.

- Eso no debe ser buena cosa. – Le dijo. Nunca había hecho ninguna atribución buena o mala a tal acontecimiento, que como mucho, le hacía cierta gracia.
 
(…)

¿Qué es el vértigo? ¿El miedo a la caída? ¿Pero por qué también nos da vértigo en un mirador provisto de una valla segura? El vértigo es algo diferente del miedo a la caída. El vértigo significa que la profundidad que se abre ante nosotros nos atrae, nos seduce, despierna en nosotros el deseo de caer, del cual nos defendemos espantados.

(…)

La palabra debilidad ya no suena como una condena. Cuando hay que hacer frente a un enemigo superior en número, siempre se es débil, aunque se tenga un cuerpo atlético como el suyo. Aquella debilidad, que entonces le había parecido insoportable, repugnante, de repente le atraía. Se daba cuenta de que formaba parte de los débiles, del campo de los débiles, del país de los débiles y que tenía que serles fiel precisamente porque eran débiles y se quedaban sin aliento en mitad de la frase.
Se sentía atraída por esa debilidad como por el vértigo. Atraída porque ella misma se sentía débil. De nuevo le temblaban las manos. Él lo vio e hizo un gesto que ella conocía bien, cogió las manos de ella entre las suyas para tranquilizarla, apretándoselas. Ella las retiro bruscamente.
-          - ¿Qué te pasa? – dijo.
-          - Nada.
-          - ¿Quieres que haga algo por ti?
-          - Quiero que seas viejo. Diez años mayor. ¡Veinte años mayor!

Quería decir: Quiero que seas débil. Quiero que seas tan débil como yo.

(…)

Tenía ganas de hacer algo para que ya no le quedara escapatoria. Tenía ganas de destruir brutalmente todo el pasado de sus últimos años. Era el vértigo, el insuperable deseo de caer.
También podríamos llamarlo la borrachera de la debilidad. Uno se percata de su debilidad y no quiere luchar contra ella, sino entregarse. Está borracho de su debilidad, quiere ser aun más débil, quiere caer en medio de la plaza, ante los ojos de todos, quiere estar abajo y más abajo que abajo.

(…)

Despertó entonces de forma diferente. Era diferente porque notaba una sensación que no se parecía en nada a los despertares de su vida reciente, que nunca se había parado a definir. Quizá (sí) habían sido más cansados o débiles. Quizá. (Él) Se sabía somatizador. Quizá le ocurriese como con los nervios, que nunca los notaba hasta que la boca del estómago le apretaba en la garganta; el pelo rojo (cada vez más) le avisaba de algo. La resaca capilar de una borrachera de debilidad. Y nunca se percató. Se levantó corriendo, se sentía enérgico. No era de noche, pero tampoco lo  necesitaba para mirarse al espejo.

Era dificil saber sí había un cambio, pero él sí lo veía.

Quería decir: Estaba decidido a volver a tener el pelo negro.

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