sábado, 14 de septiembre de 2013

Circuito en náusea.

No puedo parar de correr. Mentalmente, diría que todo empezó en 2010, pero no estoy seguro si fue entonces. Quizás se trata de la coincidencia psicológica de los 20, donde la curva del desarrollo empieza a declinar y en esa repentina cuesta abajo el paso se acelera en consonancia. Eso explicaría aquella época repentina en la que podía frenar algunos días si me dedicaba a subir montañas, aunque nunca lo convertí en fijación. Quién sabe.


De un año a esta parte el propio físico, mis células, mis piernas, me lo han pedido también. Corre; pero físicamente. Todo se debe adaptar, cabeza y cuerpo, o sino uno se divide en dos y ya no sabe dónde está. Y a veces me pregunto mientras tanto ¿qué hago yo corriendo por aquí o por allá yendo a ningún otro sitio más que a la ducha?  Me concentro en la respiración para no pensar, y el ritmo se convierte náusea; una parte de mi lo sabe; ''coge ritmo, deja de pensar y se acabó todo''. El mantra del circuito, mi ley de Ohm. V = IR.
¿Soy ahora acaso un ser más en uno de los trucos de la cuesta abajo? El ''mantén la cabeza ocupada -desocupada- del ser humano actual''. Mantente más joven, más fuerte, más sano (mientras te haces más viejo, más débil, más enfermo en ello).

¿Me he vuelto adicto a las endorfinas? ¿Quién no es adicto a las endorfinas?

Los circuitos me ponen nervioso. Vuelve la náusea. Bendita náusea que me proteges todavía. Apago el cerebro y ahí estás, corro en círculos y ahí estás. La náusea sabe cuando no estoy yendo a ningún sitio. Conoce mi miedo, mi ansiedad y mi obsesión temporal.

Y te cruzas con todos ellos: corren, se compran zapatillas mejores, mallas deportivas, un podómetro, gafas de sol, la tarjeta Decathlon, y se comen las uñas de las manos a medida que van desgastando las de los pies. Duermen por las noches.

 
Yo no sé a dónde voy. Mi vida corre y ahora yo también, pero la náusea se sigue instaurando, más y más. Formamos una simbiosis (ah sí?). Estoy más sano, y se me consume el estómago a medida que desgasto las uñas de los pies. Mis manos son afortunadas.

Acabar en el mismo sitio me horroriza, independientemente del número de vueltas. Me horroriza el tiempo, también. No tengo miedo ni a los lugares ni a las horas, sin embargo.

La náusea es entonces ese correr mental, en el que cuando por fin me pare ya estaré demasiado lejos, demasiado tarde.
Me pregunto si busco una mano, un relevo, o un desvío que me saque de todo esto. Quizá sea todo junto. Lo más probable es que se trate del menor de mis problemas, pero desde luego, no quiero seguir indefinidamente, no quiero quedarme quieto.

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