sábado, 27 de febrero de 2010

Entre princesas y microondas.

Se acabaron los cuentos de hadas, y de hados.

Ya no hay príncipes que luchen por sus princesas, probablemente hace mucho tiempo que dejaron de existir. Antes, el de azul se enzarzaba por bosques peligrosos, ciénagas en penumbra y mares infinitos. Luchaba contra toda suerte de seres e infortunios. Finalmente, entraba en un peligroso castillo entre las nubes y allí, en un apasionante combate contra dragones y demonios, llegaba a su princesa, a la que apenas conocía, pero que aun así amaba.

Antes, los cuentos enseñaban a los niños a luchar por sus sueños, y luchar por los sueños es combatir por lo que amas, aunque no lo veas, aunque en la adversidad se vea lejano.

¡Y menuda fábrica de herramientas para idealistas! El niño es la materia prima perfecta de las ganas, la ilusión, la lucha sin manchas sociales, morales y malignas o egoístas. Imagínate, el niño deseando ser por fin adulto para poder partir a luchar por su sino, y en ese punto niño-adulto adulto-niño que toda transición conlleva, ocurre algo que lo convierte en un adulto más, de una masa más, del gran conglomerado de intereses ajenos que es la sociedad.

Pero ya no es solo eso. Ahora la educación para ser un adulto gris comienza desde pequeño, haciendo de la Cenicienta y Blancanieves unas ejecutivas agresivas de traje azul marino, que, válgame, ya se salvan ellas mismas. Quizás un aquí te pillo aquí te mato, y nadie está hablando del dragón, hidra o bruja que las custodia.

El príncipe, ante tal perspectiva, se echa a ver la tele. A veces, cuando por el rabillo del ojo ve a su princesa, aun se levanta; si alguien la mira de más en un bar, todavía guerrea un poco. Pero por favor, sírvame luchas inmediatas, que empiece aquí y acabe en un punto predecible, cercano.

Deme un mes, reina de las Nieves, que si vemos que no funciona, marcharé a por Pocahontas (Pero quita de barcos y travesías, que rápido me busco un jet low cost.)

Y ahí quedará cada princesa, envejeciendo, pensando que habría pasado en los viejos tiempos, donde las luchas eran el agrio camino de la felicidad misma, y al superarlas todas (pues no, no existían los medios caminos) ella se encargaría de darle su propio camino, que llamaríamos nuestro, y que consistiría en la felicidad de los niños; porque sí, ni porque la quiero ni porque la busco a toda costa, porque la tengo sin más.

Pero eso era antes, hoy la felicidad es producto de microondas, o la calientas en diez minutos, o no merece la pena.

¡ding!



(Imagen: Cinderella by SeparateFromTheHead)

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