viernes, 11 de marzo de 2011

La cuerda y el paraguas


Hoy elijo ser funambulista. 

Recojo mis bártulos y me monto en el coche, enciendo la radio. La antena siempre funcionando. Una vez más, yo y la carretera, y nadie más, alejándolos del resto de habitantes de la Tierra.

Dejo atrás curvas incesantes, rectas tranquilas, agotadoras cuestas arriba y cómodas cuestas abajo. Dejo atrás alegres campos, oscuros bosques, complejas montañas e inalcanzables horizontes marítimos.

Llego a creerme que lo dejo atrás todo. (Hasta me puedo creer que soy un iluso)

Atravieso mi propio desierto, y me pongo las gafas de sol, no tanto por la claridad, que nunca me ha molestado, sino por las pequeñas y molestas arenas.

Paro el coche y me bajo. Los zapatos crujen a su contacto con el suelo.

 El precipicio. Allí está la cuerda, colgando de un lado al otro del que algún día debió ser el cauce de un gran río. Me acerco con miedo al borde, pues tengo vértigo.

Hoy haré el número del paraguas. Con un poco de mala suerte, una ráfaga de viento me convertirá en una suerte de Mary Poppins precipitado (pues por algo le llaman precipicios)

Respiro hondo y piso la cuerda con el pie derecho. Sin mirar abajo.

Vuelvo a coger aire y me río. Como buen amante de mis propios circos, tuvo que pasar por mi mente  ‘el más difícil todavía’. 

El sol brilla a lo alto y no se escucha absolutamente nada. Algunos remolinos de aire me susurran en los oídos. ‘’ ¿Más difícil todavía?’’

Vuelvo a la mochila y saco un paño rojo. Colocándome frente a la cuerda que atraviesa el barranco,  me lo ato alrededor de los ojos. La carpa de mi circo construye un universo bermellón.

Tanteo con los pies y busco la cuerda. Doy el primer paso.

Y allí voy, yo solo, dejando al mundo detrás, buscando mis propios barrancos, atravesando cuerdas con paraguas, y vendándome los ojos. ¿Sabéis como acaba la historia?


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